La
Trata negrera Inicio
Los indígenas que habitaban estas tierras
antes del arribo de los españoles, tenían por costumbre tomar prisioneros de
guerra, a los cuales denominaban macos e itotos y era corriente la utilización
compulsiva de esa mano de obra en beneficio de los vencedores. Es obvio que
este esquema no podría aplicarse a un sistema propiamente esclavista, puesto
que no existía la propiedad absoluta de la persona y de su fuerza de trabajo,
además de que ese cautiverio era temporal. Sin embargo, a la llegada de los
conquistadores, éstos aprovecharon la circunstancia anotada para esclavizar a
los macos e itotos que obtenían por compra de grupos indígenas en pugna,
quedando así modificado el sentido inicial de tal costumbre. A comienzos del
siglo XVI, en su viaje a las islas y Tierra Firme del mar océano, Alonso de
Ojeda recibe autorización real para traer 6 esclavos blancos nacidos en los
reinos de Castilla. Es bien sabido que en diversas partes de Europa, por
razones de tipo económico, muchas personas se vendían como esclavos por un
número limitado de años. Los esclavos negros africanos comenzaron a ser
exportados de África hacia Portugal desde 1441. Según Mannix y Cowley hubo 5
formas mediantes las cuales los nativos africanos pasaban a ser esclavos:
- criminales vendidos como castigo por los jefes nativos;
- individuos que se vendían o eran vendidos por sus familiares en épocas de hambre;
- personas secuestradas por los esclavistas europeos o por las cuadrillas nativas;
- esclavos vendidos por sus amos;
- prisioneros de guerra. Algunas aldeas africanas solían vender como esclavos a los delincuentes y a las mujeres adúlteras, lo cual ocasionó grandes abusos.
El tráfico negrero entre África y América
tuvo episodios verdaderamente dramáticos, cuando los negros que eran llevados
del interior a la costa, atados con cadenas por el cuello, se resistían a ser
embarcados. La trata negrera comienza a desarrollarse en manos de traficantes
portugueses, ingleses, franceses, holandeses y españoles. Negros mandingas,
zapes, congos, loangos y de otros gentilicios, eran transportados en las
bodegas de los barcos, en vergonzosa promiscuidad, arrancados de sus aldeas
africanas por compra o por cacería.
Entre los capitanes negreros surgen 2 tendencias: la de los “fardos flojos”, según
la cual si se trataban mejor, con suficiente comida y espacio entre unos y
otros, la carga llegaría en óptimas condiciones a los puertos de destino, lo
cual permitiría una ganancia segura; y la de los “fardos prietos” que defendía
la tesis de llevar una mayor cantidad de personas, pues aunque muriera una
elevada proporción de ellos en la travesía (30 a 40% de la carga), por
incomodidades y malos tratos, aún así, se obtendrían mayores ganancias por el
alto número de negros transportados. Aducían, además, que si llegaban flacos y
desmejorados por la promiscuidad a que eran sometidos, de todos modos cabía la
posibilidad de “engordarlos o cebarlos” en los depósitos de esclavos que
existían en cada puerto. Algunos de los puertos habilitados por la corona
española para recibir las “piezas” de negros africanos, fueron Veracruz, La
Habana, Santo Domingo, Portobelo, Cartagena de Indias y La Guaira. Los negros
de menos de siete cuartas de altura no eran considerados como una pieza, como
tampoco aquéllos que, aun teniendo la altura requerida, tuviesen algún defecto
físico notorio. Una madre con un niño de pecho pasaban como una sola pieza.
Esta forma de medir los esclavos se
denominaba “palmeo” y la marca que se les hacía con un hierro candente en
alguna parte del cuerpo, generalmente en un brazo, se conocía con el nombre de
“carimba”, práctica ésta que fue suprimida por real cédula de 4 de noviembre de
1784. Los españoles se sumaron al tráfico esclavista desde el siglo XV,
transportando negros de Guinea que eran depositados en Sevilla para su traslado
a América. Muchos de los españoles allegados a la corte, solicitaban y obtenían
licencias reales que luego vendían a los traficantes. María de Toledo, quien
tenía el título de Virreina de las Indias, obtuvo una real cédula en 1537 para
traer a América 300 negros esclavos; meses más tarde, 200 más y al año
siguiente hubo un nuevo embarque de 100.
En cuanto a Venezuela, los primeros
esclavos llegaron con los Welser y a mediados del siglo XVI los españoles
introdujeron alrededor de 80 que llevaron a Buría, algunos de cuyos integrantes
tomaron parte en el alzamiento del Negro Miguel, en 1555. En 1560 Sancho
Briceño obtuvo 200 licencias y luego el procurador Simón de Bolívar pidió 3.000
licencias. No sólo los peninsulares traían esclavos: también comerciaban con
ellos los criollos. En muchas épocas se utilizó el trueque en el comercio
intercolonial y era usual que se cambiaran mulas criollas por esclavos negros.
Los criollos controlaban gran parte del comercio de negros con las Antillas, siendo
importante su participación en el tráfico intercolonial. Indudablemente que fue
Inglaterra uno de los países que más se aprovechó de este comercio: llegó a
extraer de África hasta 80.000 negros al año y aseguró su predominio en este
ramo al firmar el Tratado de Utrecht en 1713, obteniendo el privilegio de
abastecer a las colonias españolas por un período de 30 años, comprometiéndose
a introducir 4.800 piezas al año. Por el Tratado de Aquisgrán, en 1748, les
quedó renovado tal privilegio; pero por el Tratado de El Retiro, en 1750,
Inglaterra renunció a él, recibiendo en cambio 100.000 libras esterlinas. Es
decir, que durante 37 años Inglaterra fue la proveedora de esta mercancía para
las colonias españolas en América. En cada puerto de llegada había funcionarios
denominados Factores, los cuales cumplían con la tarea de efectuar el palmeo y
revisar la carimba. A su vez, contaban el número de negros importados: hasta
los 7 años de edad se les llamaba mulequillos, y 2 de éstos eran contados como
una sola pieza; los muleques (de 7 a 12 años) y los mulecones (de 12 a 16 años)
pasaban por una pieza cada uno, siempre y cuando estuvieran bien de salud, pues
a veces 2 muleques enfermos formaban una pieza. En casos especiales, cuando el
deterioro corporal era muy notorio, 2 adultos podían ser considerados como una
sola pieza, para efectos de su venta al público. Los negros bozales o recién
importados, es decir, los que sólo hablaban su lengua nativa, eran más
solicitados por los compradores, ya que en esa forma, por las dificultades de
comunicación entre ellos y otros negros, había menos posibilidad de deserción o
alzamiento, a la vez que tenían menos tachas o defectos. En cambio, los
esclavistas les temían a los ladinos, que eran los africanos ya adaptados a la
vida americana, con dominio del castellano, así como también a los negros
criollos, o sea nacidos en territorio americano. Los países europeos que
participaron en el lucrativo tráfico negrero, como España, Portugal,
Inglaterra, Francia y Holanda, poseían grandes compañías de navegación
especializadas en dicho transporte.
En 1621 comenzó a operar la Compañía
Holandesa de las Indias Occidentales; en 1672, la English Royal African
Company; en la primera década del siglo XVIII, la Compañía Real de Guinea
(francesa); y en 1764 la Real Compañía Guipuzcoana inicia relaciones
comerciales de embarques negreros con la firma británica de Wenland Brothers.
En las tiendas de Liverpool (Inglaterra) se exhibían en sus vidrieras distintos
tipos de grilletes, candados y cadenas para esclavos. Además de las compañías
hubo, el sistema de asientos y licencias, hasta que en 1789 la corona española
declaró libre el comercio de esclavos.
La llegada de los negros a los puertos
constituía una especie de feria, donde se producía un inusitado movimiento de
compra-venta; los traficantes repartían aceite de coco, para que los esclavos
lustraran su piel y así presentaran un mejor aspecto ante los ojos de los
posibles compradores, quienes también revisaban cuidadosamente su dentadura. La
gente que tenía dinero lo invertía en esclavos; era un negocio reproductivo, ya
que, al comprarlos, se estaba adquiriendo también la posible prole. Por lo
tanto, era favorable enviarlos a las llamadas “casas de engorde o reproducción”
que había en ciertos puertos, como La Guaira, donde se les daba buen trato, con
suficiente comida y cómodo alojamiento, favoreciendo así la reproducción.
Generalmente se importaban dos terceras
partes de hombres y una tercera parte de mujeres. El esclavo negro en las
distintas provincias que conformarían la nación venezolana, no constituyó nunca
una cosa propiedad de un amo, aunque no es posible comparar su condición
jurídica con la de los esclavos de la antigua Roma; el esclavo sufría lo que se
ha denominado una capitis cleminutio: una disminución de su capacidad jurídica,
pues carecía de ciertos derechos que lo situaban en otro lugar diferente a los
vasallos del rey que, por su condición de blancos, disfrutaban de grandes
prerrogativas. Pero el esclavo, en Venezuela sí tenía ciertos derechos,
comprobable sólo con el hecho de que podía comprar su libertad, vender el
producto de su boledilla” o contraer matrimonio. Además, podía disfrutar del
derecho de asilo, ya que un esclavo fugitivo que se refugiara en una iglesia,
debía ser respetado; igualmente, podía suscribir contratos de manumisión con su
amo, y en caso de fallarle éste, el esclavo estaba en el derecho de entablar demanda
ante los tribunales. También es cierto que el esclavo doméstico, en toda
América, estuvo en mejores condiciones sociales que los dedicados al trabajo en
minas o haciendas.
Oficios
A medida que iba escaseando la mano de obra
indígena, por las deserciones y muertes que se producían, los amos de hatos y
haciendas en las provincias sintieron con mayor fuerza la necesidad de importar
esclavos negros, los cuales fueron sustituyendo, con más eficacia, la ya
decadente población indígena. Los primeros negros africanos que llegaron a
América en el siglo XVI fueron esclavos-conquistadores, los cuales colaboraron
en el sometimiento de los indios. En ese siglo XVI los esclavos negros que
arribaron a las islas y Tierra Firme, tenían como ocupación primordial la pesca
de perlas y la explotación de minas; ya en el siglo XVII se utilizaron en la
apertura de caminos de penetración y como grupos de defensa contra los pocos
indígenas que intentaban alzarse o formar “guazábaras”. En el siglo XVIII ya
eran muchos y variados los oficios que podían desempeñar: pintores, plateros,
herreros, albañiles, carpinteros, doradores, fabricantes de ladrillos y tejas,
agricultores, criadores y, en algunos casos, hasta maestros de escuela. El
sistema de aprendizaje de estos oficios consistía en que el amo adscribía a uno
o varios de sus esclavos a un maestro artesano, quien mediante el cobro de una
suma convenida, enseñaba al esclavo el oficio a que él se dedicaba. Después de
unos cuantos meses, el esclavo sabía un oficio y entonces el amo alquilaba su
fuerza de trabajo. Uno de los trabajos más típicos del esclavo, por el rechazo
de los libres a tal oficio, era el de verdugo. Así como los hombres, en su
mayoría, se ocupaban de tareas agrícolas y artesanales, las mujeres se
utilizaban en los oficios domésticos, como cocineras, lavanderas, planchadoras
y ayas de los niños blancos. Cuando la madre blanca o de clase, por alguna
razón, no podía amamantar a su hijo, lo entregaba al cuidado de una criadora
negra, formándose así vínculos muy fuertes que perduraban a través del tiempo.
Libertad
Aparte del trabajo compulsivo realizado
para el amo en su condición de esclavo, cuando éste poseía ciertas cualidades o
habilidades, era aprovechado por aquél para alquilarlo. Así tenemos que, en
multitud de casos, el esclavo realizaba trabajos fuera de la casa del amo, por
el cual percibía un pago o salario, según lo convenido. Este beneficio así
obtenido por el esclavo, en la mayoría de los casos pasaba a engrosar el
patrimonio del amo; pero a veces el esclavo corría con suerte y se le
autorizaba para administrarlo como bien propio o Matrimonios
Los reyes españoles tuvieron gran cuidado
en legislar con un criterio de estratificación social que no permitiera ciertas
mezclas étnicas, las cuales podrían resultar perjudiciales a la buena marcha de
sus provincias de ultramar. Sin embargo, la legislación fue una, y la realidad
americana otra. Desde muy lejanos tiempos el mestizaje tomó auge en la medida
en que los blancos, indios y negros se mezclaban sin mayores escrúpulos,
acelerando un proceso que dio por resultado una base piramidal de amplios
componentes pardos. Dentro de la legislación indiana, vientre esclavo
engendraba esclavo y sólo el interés de un padre blanco podía lograr la fácil
libertad de este hijo mulato, al darle la carta que le acreditaba tal
prerrogativa. El padre de ese hijo mulato tenía prioridad sobre otros compradores
del pequeño. A pesar del interés de las autoridades civiles y eclesiásticas por
mantener ciertas normas de moralidad, al promover los matrimonios entre
esclavos, evitando así en lo posible las uniones ilícitas entre ellos, la
realidad socioeconómica se imponía y muchos dueños de hatos y haciendas se
oponían a la legalización de esas uniones. Esto se debía a que si se producía
un casamiento entre esclavos de distintos amos, se planteaba el problema de que
la mujer debía vivir en el mismo “repartimiento” donde habitaba el marido, lo
cual entorpecía su trabajo dentro de las propiedades del amo. En algunos casos,
éste prefería espontáneamente venderla al dueño del marido. En otras ocasiones
se daba lo que se denominaba “sonsa- que”, mediante el cual el amo de uno de
los 2 sacaba arteramente al otro del poder de su dueño, lo cual traía problemas
o litigios entre ambos propietarios.
Cumbes
y rochelas
Cuando algunos esclavos cimarrones no se
adaptaban a vivir bajo la tutela de su propietario, huían definitivamente a las
montañas formando los llamados “cumbes”, donde habitaban en chozas alejadas de
la acción de amos y autoridades. Desde allí bajaban a los caminos y poblados
para asaltar y robar, transformándose en el azote de la región. En algunos
casos estos cumbes fueron el origen de pueblos que se formaron a todo lo ancho
de la geografía del país. Asimismo, grupos de mulatos y negros libres se juntaban,
formando las llamadas “rochelas”. Los repartimientos de negros, que era el
sitio de la hacienda donde tenían sus chozas o bohíos (“bujíos”, como decían
ellos), llegaron a formar con el tiempo importantes núcleos poblacionales. Los
pueblos eminentemente negros se formaron en las zonas costeras y bajas, donde
proliferó el cultivo del cacao y se requirió la concentración de mano de obra
negra, por ser fuerte y adaptable a las tierras cálidas. Los pueblos de Taría,
Cabría, Urama y Morón, en las costas centrales, tuvieron sus orígenes en
capellanías de negros allí establecidas; así como Curiepe fue un pueblo fundado
por negros, libres y esclavos. A través de todo el siglo XVIII se nota un
aumento de los alzamientos de esclavos. Es probable que este auge tuviera su
origen en una razón de tipo económico: el siglo XVIII es el siglo del cacao en
las provincias que luego conformaron a Venezuela, aunque, como queda dicho, se
sitúa fundamentalmente en las zonas costeras y cálidas. Es la época en la cual,
con el aumento de la producción y venta del cacao en los mercados europeos, se
requiere más mano de obra en las haciendas. Este requerimiento hace que los
terratenientes criollos compren mayor cantidad de ellos y esto trae consigo un
aumento de la problemática delictiva entre estas “clases bajas”, como se les
decía, puesto que los esclavos al sentirse más fuertes cuantitativamente,
emprenden acciones que antes no se habían atrevido llevar a cabo. Además, ya en
ese siglo XVIII son muchos los negros fugitivos de las Antillas, que vienen a
estas provincias imbuidos de las ideas francesas de libertad e igualdad. No
olvidemos que es en 1789, el mismo año en que se produce la Revolución
Francesa, cuando se autoriza el libre comercio de esclavos. Es por todo esto
que a finales del siglo se producen más rebeliones y alzamientos. Los sucesos
de Haití también van a influir en este comportamiento. De allí que a partir de
1770 se nota un incremento de este fenómeno y los dueños de haciendas elevan
sus voces fomentando la creación de cuadrillas armadas, a fin de proteger sus
propiedades y sus vidas. En 1721 las autoridades reales calculaban en 20.000
los negros cimarrones en toda la provincia de Caracas y ya en 1786, José de
Castro y Araoz decía que, sólo en.los llanos, había unos 24.000. Según la misma
fuente, entre 1794 y 1795 fueron entregados a sus amos unos 500 cimarrones.
Entre 1550 y 1800 hubo insurrecciones, sublevaciones y alzamientos con un total
de 9 movimientos de cierta significación. La lucha de las fuerzas productivas representadas
por los esclavos negros y por los mulatos, negros libres, indios y toda aquella
masa marginada de pardos que había ido aumentado cuantitativamente a través del
tiempo, enfrentada a los amos y terratenientes que ya tenían gran poder
económico y social, incentivaron, sin lugar a dudas, las rebeliones negras de
finales del siglo XVIII. A estas causas internas hay que agregar las
influencias externas antes citadas. Desde los remotos días del año 1586, ya son
célebres los negros cimarrones que habían sido propiedad del mariscal
Castellanos, ubicado en las montañas de Río de la Hacha, uno de cuyos
integrantes, usando sobrepelliz y bonete, decía misa y bautizaba niños,
imitando así las costumbres de los blancos. Desde el principio de la
colonización fueron muchos los alzamientos de esclavos, pero en la segunda
mitad del siglo XVIII, factores económicos, sociales e ideológicos inciden
notoriamente sobre esta problemática, haciendo cada vez más difícil el control
sobre las esclavitudes.
Iglesia
y esclavos
La Iglesia en América, institución que a
través de los años fue pilar fundamental de la monarquía española, actuó en
diversos campos de la vida colonial no sólo como ductora espiritual de los
vecinos, sino también tomando parte activa en la economía y la sociedad. De
allí que en relación con los esclavos, la Iglesia como parte integrante del
contexto de la época, también era poseedora de esclavos, algunos adquiridos por
compra y otros por donación. La Iglesia, a través de sus diversos mecanismos,
estableció sistemas de control del tiempo libre de los esclavos, colaborando en
esta forma con las autoridades civiles, que mantenían una permanente vigilancia
sobre los mismos. Las capellanías y cofradías cooperaban activamente en
encauzar esa parte de la población: los capellanes que se encargaban de
adoctrinar a los negros en las normas de la fe católica, dirigían y observaban
todos sus actos, festividades y rezos, en el sentido de no dejarlos rebasar las
disposiciones de seriedad y compostura que debían imperar en las fiestas
religiosas que se hicieron propias de su etnia, como lo era el día de San Juan
Bautista, y el capellán vigilaba que las danzas y tambores no cayeran en actos
procaces que pusieran en peligro la legitimidad de su origen religioso.
Igualmente, las cofradías de negros eran grupos de ellos reunidos bajo la
advocación de un santo patrono, que se organizaba con fines espirituales y
temporales y cuyos integrantes debían regirse por una constitución cuyo
articulado tenía que estar aprobado por el Obispo y por el Rey. También las
milicias de negros, en el campo militar, ayudaban con su organización a vigilar
y controlar en forma orgánica el tiempo disponible de los negros horros o
libres y también de aquéllos que, aún teniendo amo, quisieran adscribirse a
estas instituciones. La Iglesia, como es obvio, también poseía sus propios
esclavos para las diversas labores de ayuda al culto y muchos fueron los
donantes de esclavos quienes, en un acto de fe cristiana, los regalaban a
santos, capillas e iglesias. Un aspecto esencial de la sociedad colonial era la
llamada limpieza de sangre, que consistía en hacer un recuento genealógico ante
la Real Audiencia, acompañado de la respectiva documentación probatoria de que
el interesado verdaderamente pertenecía a la clase social de la cual se creía
parte integrante. Aquí en América no sólo interesaba a los blancos probar su
condición, sino que también los indios, mestizos y negros se afanaban en
demostrar su calidad. Dentro de las cofradías de negros existía gran discriminación
entre libres y esclavos. Los primeros podían optar a cargos en los cuales
administraban los bienes de la cofradía, en cambio, los esclavos sólo podían
aspirar a cargos secundarios, de trabajos rudos, pero jamás tuvieron la
confianza de los otros en cuanto a la administración de bienes. Algunos negros
solicitaban su expediente para probar su limpieza de sangre, basándose en que
eran hijos legítimos de negros libres y que entre sus antepasados no había
ningún esclavo. Además, por las diversas mezclas que habían surgido a través
del mestizaje, a los negros e indios les interesaba probar que eran “puros” y
no producto de mezclas, como eran los “cuarterones”, “quinterones”,
“salto-atrás”, “tente-en-el-aire” y muchos otros exponentes de ese acelerado mestizaje.
En la época colonial, las organizaciones
productivas fueron el reflejo de un régimen de trabajo cuyas estructuras eran
bastante heterogéneas, produciéndose grandes diferencias entre los subgrupos
sociales. Los censos o préstamos a interés que hacía la Iglesia a través de sus
conventos, cofradías, parroquias, etc., muchas veces eran utilizados por los
solicitantes en la compra de esclavos negros, con el fin de aumentar la mano de
obra requerida para el cultivo y progreso de hatos y haciendas. En infinidad de
casos, las hipotecas que se hacían a las iglesias sobre bienes inmuebles,
incluían sus esclavitudes, sobre todo si se trataba de fincas agrícolas y
pecuarias. La Iglesia colonial venezolana, a pesar de no ser una de las más
ricas de América, sí cumplió una función financiera dentro de la comunidad,
pues si bien es cierto que cobraba un interés sobre el dinero prestado, lo cual
podría tener ciertos rasgos de un capitalismo usurario en lugar de un
capitalismo financiero, la verdad es que el interés que cobraba jamás sobre-
pasó el 5% anual establecido. Todo lo contrario, a raíz del proceso
independentista y del terremoto del año 1812, la Iglesia reduce el interés de
sus censos a un 3% anual y eso no sólo en esa época, sino mucho antes, cuando
se sucedían catástrofes o situaciones que causaban impacto negativo en las
fincas (sequías, inundaciones, plagas), la Iglesia reducía los intereses para
permitir a los censatarios el pago de sus compromisos, evitando en esa forma la
ruina de muchas personas. Su función financiera se observa también cuando,
mediante esos préstamos monetarios, contribuye a mejorar las condiciones
productivas de la hacienda, aumentando el número de esclavos y ampliando las
siembras en tierras antes incultas. Es innegable que la Iglesia ayudó
notablemente al mejoramiento económico de la colectividad, poniendo en
funcionamiento mecanismos que, de otra manera, hubieran permanecido estáticos
por falta de estímulo.
Cárceles
y castigos
Como en toda sociedad dividida en clases,
en la colonia existían distintos tipos de cárceles, según la condición social
del individuo: había cárceles eclesiásticas; reales o de corte; hospicios y
cárceles para mujeres blancas; cárceles para indígenas y casas de corrección
para pardos y negros. La casa de corrección, con capacidad para 60 reos, era
vigilada por la guardia de milicianos pardos. Cuando un esclavo huía del amo,
las autoridades civiles y militares tomaban sus medidas a fin de lograr su
pronta captura. Pero cuando ellas resultaban ineficaces, entonces se apelaba al
poder de la Iglesia sobre sus feligreses: se colocaba un anatema, consistente
en un tétrico mensaje episcopal amenazando con múltiples maldiciones y
desgracias a aquellas personas que fueran cómplices en la fuga del esclavo
solicitado o, simplemente, a aquéllas que conocieran su paradero y no lo
denunciaran ante las autoridades. Una vez capturado, sufría los rigores del
castigo por parte de amo y autoridades. Para el amo era motivo de regocijo su
recuperación, ya que había invertido en él buena parte de su dinero, pues un
esclavo joven y en óptimas condiciones físicas valía alrededor de 400 pesos. El
precio variaba según la edad, el sexo, las condiciones de salud y la época y
lugar de la transacción, ya que uno comprado en el puerto de desembarque valía
un poco menos que los adquiridos tierra adentro, por los riesgos del
transporte. El precio de un esclavo sano comenzaba a subir considerando la edad
a partir de los 18 años y decrecía a partir de los 40. Eran muchos los castigos
con que los esclavos pagaban sus culpas. Algunas veces, si la falta era muy
grave (sobre todo si se trataba de insurrección contra el régimen) se les
aplicaba la pena capital; en otras ocasiones se les daban azotes (pero no debía
haber efusión de sangre). El número de azotes variaba mucho, pero por causas
más o menos graves se les daban 200. Otro castigo consistía en servir al Rey,
en obras públicas, a ración y sin sueldo; también se castigaban con el
destierro; en otros casos se les recluía en la casa de corrección, con grilletes,
cadenas o cepos. En ciertas circunstancias y cuando el caso lo requería, el amo
del esclavo debía pagar una multa para resarcir a las cajas reales por las
faltas cometidas por su esclavo, del cual era responsable. Los negros
levantiscos o más proclives a la insubordinación, eran controlados mediante
rígidas normas, entre las cuales estaba la de no portar armas ni salir de noche
sin licencia del amo. Además, todo negro que se encontrara a ciertas horas de
la noche en la calle, debía probar que tenía domicilio fijo y pertenecía a
algún señor. El Código Negrero de 1789 estableció las siguientes penas
corporales:
1) por 4 días de ausencia, 50 azotes;
2) por 8 días de ausencia,
100 azotes y una calza de hierro de 12 libras en un pie, por 2 meses;
3) por 6
meses huido, pena de muerte;
4) por otras faltas, mutilación de miembros.
En
igualdad de circunstancias por una falta cometida, los esclavos no sufrían
penas de prisión tan largas como los libres, notándose en esto la influencia
del amo, que no quería desprenderse de un servidor por demasiado tiempo, ya que
se perjudicaba económicamente. Cuando los negros presos en la casa de
corrección salían a la calle, con sus guardianes, a cumplir la realización de
obras públicas, lo hacían con cadenas o grilletes en los pies, a fin de evitar
fugas. El Santo Tribunal de la Inquisición, a través de sus diversos
comisariatos, se ocupaba de castigar a toda persona, de cualquier condición
social, que se viera comprometida en casos de herejías, idolatrías, brujerías y
hechicerías. Los negros, tanto esclavos como libres, sobresalían en estas
prácticas y casi siempre algunos de ellos se veían comprometidos cuando se
hacían averiguaciones en relación con estas actividades. Gran parte de estos
actos realizados por negros se hacían para curar enfermedades o descubrir
ladrones. Los sistemas más utilizados por los brujos de color durante los
siglos XVII y XVIII fueron la totuma o la batea con agua, donde se reflejaba la
imagen del culpable; la suerte del broquel (que se hacía con una tijera o
espada) y la suerte que se efectuaba con un “chiflillo” o caracol. Muchas de
estas prácticas realizadas por negros, incluían manifestaciones diabólicas, lo
cual era castigado por la Inquisición. Los negros herbolarios fueron muy
famosos, al elaborar sus pócimas con ciertas hierbas, a las cuales se les
atribuían cualidades curativas. Las prácticas de brujerías de los negros
causaban gran impacto dentro del conglomerado, que veía con asombro y respeto
las manifestaciones mágico-religiosas de los africanos, los cuales se
aprovechaban de ello para adquirir poder, aplicando los usos y costumbres de
sus ancestros.
1810-1854
En vísperas de estallar la Guerra de la
Independencia la esclavitud era una añeja institución en la vida venezolana.
Afectaba, según las estimaciones más generosas, a 80.000 personas que componían
cerca del 10% de la población. Los esclavos se distribuían desigualmente en las
provincias pero se concentraban fundamentalmente en los valles costeros del
área central, Barlovento, valles del Tuy y los valles intercordilleranos
particularmente en la cuenca del lago de Valencia, así como en algunas zonas de
la cuenca del lago de Maracaibo. Eran menos abundantes en los llanos, oriente y
Guayana y de muy escasa importancia en la cordillera andina. A fines del
período colonial la esclavitud ya había pasado sus mejores épocas. Disminuida
la entrada de esclavos desde el exterior, su uso era reducido en los cultivos
que se expandieron a partir de 1770 (añil, tabaco, algodón, café) y la mano de
obra permanente estaba compuesta cada vez más por los peones contratados como
asalariados libres, aunque bajo estricto control, de base racial parda y no
negra.
Hacia fines del siglo XVIII soplaban
vientos de cambio en la condición de los esclavos. Una real cédula de Carlos IV
prescribió una serie de medidas que mejoraban relativamente las condiciones y
el trato que debían recibir los esclavos. La no puesta en práctica de dicha
medida legal, debido a la oposición de los propietarios de esclavos, extendió
la creencia de que el Rey había ordenado una liberación a la que se negaban los
amos, ocultando para ello, la existencia de la cédula real. En 1791 estalla la
exitosa insurrección de los esclavos de Haití esparciendo en el Caribe un
ejemplo de una lucha victoriosa entre quienes compartían su condición. En 1795
se subleva José Leonardo Chirino en la serranía de Coro en un movimiento fuerte
y rápidamente reprimido. Gual y España en su abortada conspiración (1797),
preveían la libertad de los esclavos, tras pago de indemnización a sus amos. En
estas condiciones no es difícil comprender que tanto los esclavistas como los
funcionarios coloniales españoles temieran la agitación entre la población
negra y no vacilaran en reprimir conjuntamente y con mano de hierro los más
mínimos indicios insurreccionales. Es así como la oligarquía mantuana colabora
con las autoridades españolas en la represión de los intentos de Chirino, y de
Gual y España aunque poco después separarían radicalmente sus caminos en cuanto
a los destinos de Venezuela.
Al desatarse el proceso de la
Independencia, la actitud de la oligarquía mantuana hacia la esclavitud va a
ser consecuente con lo hasta ese momento manifestado. Es por ello que en las
medidas inicialmente tomadas cuando se desencadena el movimiento
independentista, la esclavitud como institución en la sociedad venezolana no es
tocada. Internamente se mantiene en los mismos términos, sin el más mínimo
cambio. La única decisión que la afecta es el decreto de la Junta Suprema
prohibiendo el tráfico (internacional) de esclavos de fecha 14 de agosto de
1810. Esta medida no es, en lo inmediato, de una significación tan relevante
como parece a primera vista pues la introducción de esclavos negros había
disminuido desde hacía varias décadas; la inseguridad en el comercio
internacional por las continuas guerras europeas y la creciente oposición
británica a dicho tráfico contribuyeron a esta disminución. En la década de
1780 y 1790 entraron, legalmente, 2.961 esclavos y entre 1800 y 1810 no lo hizo
ninguno a pesar de que hubo varias contratas acordadas para su importación. Sin
embargo, la prohibición de introducir nuevos esclavos va a ser muy importante a
largo plazo pues va a eliminar la posibilidad de nutrir con nuevas y exteriores
fuerzas a una institución que va a ser sometida en poco tiempo a crecientes
presiones tendientes a disolverla. La Constitución de 1811 no cambia en lo más
mínimo la situación de los esclavos y la Primera República cae bajo los
fragores de una lucha que se crece a momentos y en la que los españoles
empiezan a utilizar los llamados a la libertad de los esclavos para que se
incorporen a la lucha contra sus amos que se encuentran, mayoritariamente, en
el bando patriota. Hasta 1816 los patriotas no perciben en toda su crudeza la
necesidad de hacer concesiones a los sectores populares (pardos, esclavos) para
que se incorporen a la lucha contra los españoles y a lo más, hay posiciones
muy personales como la de Simón Bolívar que permiten la libertad de sus
esclavos en 1813 y 1814. No hay sin embargo, una posición similar, ni la
conciencia de su necesidad, por parte de la mayoría de los propietarios. Se
trata de casos aislados que por lo mismo muestran el mérito personal de quienes
los promueven.
Es a partir de 1816, ya en una nueva fase
de la guerra de Independencia, que Bolívar emite el decreto “Sobre libertad de
los esclavos” (2 junio) con la obligación por parte de éstos de incorporarse a
las filas patriotas pero la acogida y los efectos de dicho decreto son
reducidos como lo son las posiciones patriotas en ese momento. Además se ha de
tener en cuenta que Alejandro Petión, presidente de Haití, había exigido una
medida de este tipo para financiar y ayudar a la expedición patriota comandada
por Bolívar. Por el lado realista, Pablo Morillo emite disposiciones que
intentan controlar la influencia que José Tomás Boyes y Francisco Rosete, por
sobre otros realistas, habían adquirido entre los esclavos, conduciendo a un
gran deterioro de las relaciones reales de dominación en las zonas afectadas
por la guerra. Los mencionados realistas llamaban abiertamente a los esclavos a
incorporarse a la lucha en contra de sus amos. Los llamados de Bolívar se
reiteran en 1818 cuando emite varios decretos llamando a los “antiguos
esclavos” a defender su libertad incorporándose a las filas patriotas, es decir
se habla de la esclavitud como una institución fenecida. José Antonio Páez en
los Llanos toma medidas similares pero de mayor eficacia. Así la esclavitud
desaparece legal y realmente en Apure. Sin embargo, esta tendencia se ve
cortada por el Congreso de Angostura en el que, a pesar de la reiterada
petición de Bolívar a fin de dar base legal a la eliminación de la esclavitud,
se acuerda su abolición de derecho y se pospone a futuras medidas gubernamentales
la progresiva extinción real de sus manifestaciones concretas. Es decir que en
la práctica, se retrocede ante las medidas tomadas por Bolívar y Páez en el
curso de la guerra.
El Congreso de Cúcuta en 1821 da contenido
concreto a lo expresado en Angostura y es así como se emite la Ley de 19 de
julio sobre la libertad de los partos, manumisión y abolición del tráfico de
esclavos. Esta legislación va a sintetizar el resultado del proceso de la
Independencia sobre la institución de la esclavitud; ésta debe desaparecer pero
en base a una “extinción gradual”. El Congreso aprueba la ley cuyo explícito
espíritu es que sin comprometer la tranquilidad pública, ni vulnerar los
“derechos” que tengan los propietarios, se consiga el que dentro de un corto
número de años sean libres todos los habitantes de Colombia. Las medidas
concretas introducidas en esta ley se pueden resumir en las siguientes ideas:
1) se ratifica la prohibición de introducción de esclavos desde el exterior; 2)
se declara la libertad de los hijos de esclavos que nazcan a partir de la fecha
de la emisión de la ley; 3)los dueños de las esclavas tendrán la
responsabilidad de “educar, vestir y alimentar” a los manumisos (nacidos
libres) quienes, y en compensación, trabajarán para los amos de sus madres
hasta la edad de 18 años; 4) se establece un fondo para la liberación
progresiva de quienes siguen siendo esclavos por haber nacido en esa condición
en fecha previa al decreto. Dicho fondo se constituiría con impuestos a las
sucesiones (herencias); 5) se formarán juntas de manumisión en cada cabeza de
cantón que a fines de cada año, de acuerdo a los fondos recolectados en el
transcurso del mismo y tras pagar a sus dueños el valor correspondiente,
liberaran a los esclavos seleccionados al respecto. Durante el período de
existencia de la Gran Colombia, no hubo cambios sustanciales a la ley de 1821.
Lo más resaltante de la legislación de ese período es el decreto de Bolívar
“Dando eficacia a la ley de Manumisión” con fecha 28 de junio de 1827. El
Libertador, reconociendo la ineficacia de la aplicación de dicha ley,
instrumenta a través del decreto una serie de medidas tendientes a mejorar las
finanzas de las juntas de manumisión y en consecuencia de las posibilidades de
liberar a los esclavos remanentes. Para tener una idea concreta de las
limitadas consecuencias de la aplicación de la ley, basta conocer que entre
1821 y 1826 habían sido liberados 300 esclavos aplicando la ley de manumisión,
es decir un promedio de 50 anuales. A la hora de hacer un balance de lo
ocurrido con la esclavitud hasta 1830, año en que se desmembra la Gran
Colombia, se deben subrayar las siguientes ideas: 1) la esclavitud quedó
afectada en términos importantes por el proceso político, militar y social que
desencadenó la Independencia. Diversas fuentes colocan el número de esclavos en
1810 entre 60.000 y 80.000. Los cálculos también varían para 1830 pero lo hacen
en cantidades que oscilan entre 19.000 y 42.000. Es decir que en el más
moderado de los cálculos disminuyó en un tercio y en el más optimista, en más
de un 60%. Es cierto que parte de esta disminución es explicable por la
mortandad natural, desde 1821, de los esclavos más viejos tras la aprobación de
la legislación acerca de la manumisión. Otro factor en la disminución es la muerte
que, accidentalmente o por participar en acciones de guerra, se dio durante la
Guerra de Independencia. Finalmente una reducidísima cantidad logra su libertad
en base a la aplicación de la legislación que permite obtener la misma pagando
su valor a los amos con los fondos obtenidos aplicando la Ley de Manumisión.
Las cifras de 1830 sin embargo dicen contra toda evidencia que
independientemente de estos factores mencionados, la esclavitud como
institución quedó disminuida en términos cuantitativos. 2) la esclavitud
remanente quedó condenada a una muerte segura y cercana aunque por vía de una
lenta agonía: la eliminación legal de las posibilidades de importación de
esclavos y la manumisión de los que nacieron a partir de 1821 hacía que la
esclavitud debiera desaparecer indefectiblemente en cuanto los aún esclavos
murieran paulatinamente y los que nacieran libres, pero sujetos a sus amos
hasta la mayoría de edad, alcanzaran ésta para llegar a cobrar plenamente su
libertad. 3) el balance del período 1810-1830 muestra una actitud variable en
relación a la esclavitud por parte de los criollos en general y de los
propietarios de esclavos en particular. En un comienzo, se la intenta mantener
intacta (1810-1815). Después y particularmente por parte de los dirigentes
militares más avezados y encumbrados (Bolívar y Páez) se le intenta eliminar lo
más rápida y completamente posible (1816-1819). Finalmente los Congresos de
Angostura y Cúcuta y la legislación que los sigue hasta 1830, reconocen una
salida a la situación en que se balancean las concesiones de libertad hechas al
calor de las necesidades de la lucha con las exigencias de una oligarquía
egoísta y recelosa que trata de mantener a toda costa una riqueza en forma de
mano de obra. Es así como se desarrollan todo tipo de presiones que acaban no
sólo por reconocer una eliminación gradual, una extinción paulatina, sino que a
la par vacían de contenido, en la práctica, a los elementos más avanzados de
dicha legislación a través de la complejidad burocrática en la aplicación de la
misma y la siempre presente carencia de fondos significativos que permitieran
la liberación o manumisión, en cantidades importantes, por vía de la compra a
sus dueños.
Una vez separada Venezuela de la Gran
Colombia, se abre un período de casi 25 años (1830-1854) en los que la
legislación sobre la esclavitud sufre escasos cambios, ninguno de los cuales es
sustancial. El peso de los esclavistas venezolanos es mayor ahora en el
parlamento que en el período de la Gran Colombia por la sencilla razón de que
la esclavitud tenía mayor peso en el territorio venezolano que en el colombiano
y el ecuatoriano. De modo pues que en el Congreso Constituyente de 1830 reunido
en Valencia los cambios que se hacen a la legislación colombiana de 1830 son a
favor de los amos y no de los esclavos. Estos cambios se concretan en la Ley de
2 de octubre de 1830, reformando la de manumisión de 1821. Los aspectos de
dicha ley que suponen un retroceso en relación a la situación anterior son los
siguientes: 1) se precisa que quienes naciesen de esclavas a partir de la
publicación de dicha ley deberían servir a sus amos hasta la edad de 21 años,
en vez de 18 como ocurría en la ley de 1821; 2) dado que el servicio que el
nacido debía prestar a su amo era el pago de los gastos de “educar, vestir y
alimentar” durante el período en que los nacidos libres no podían valerse por
sí mismos, era factible que hermanos mayores o ascendientes libres pudieran
liberarlos de la autoridad de sus amos al hacerse cargo de los mencionados
gastos. Sin embargo la ley de 1830 especifica que para que este proceso se
diera, dichos hermanos o ascendientes libres deberían pagar la mitad de su
valor en el mercado como esclavo. Al exigir suma tan acrecida se limitaba
notablemente la liberación rápida del recién nacido a la par que se beneficiaba
ostensiblemente a los amos en los pocos casos en que ésta pudiera ocurrir. Es
importante señalar que era costumbre, desde los tiempos de la colonia, que los
esclavos se hicieran cargo de su propio sustento en base a la producción que el
amo les dejaba organizar en pequeños conucos en sus tierras. De modo que, salvo
los descendientes de esclavos encargados de servicios domésticos y oficios que
no pudieran desarrollar esta alternativa, no era responsabilidad del amo, en
absoluto, encargarse de “educar, vestir y alimentar” a los hijos manumisos de
sus esclavas como no lo había sido el hacerlo cuando las leyes de manumisión
eran inexistentes. La única obligación real para los propietarios era cederles
el uso de pequeñas parcelas de tierra que con toda seguridad, no tendrían un
mejor uso alternativo en el panorama del latifundio venezolano. De este modo
todo el servicio que los manumisos debían prestar a los amos de sus madres
(ahora prolongando por 3 años en la nueva legislación) era un beneficio sin
ningún costo para el amo; 3) se precisa que en la liberación de esclavos hecha
con fondos recaudados en virtud de la ley se diera preferencia a los esclavos
más ancianos ya los más honrados e industriosos. Esta precisión permitía a los
amos liberar en primer lugar a los esclavos de edad avanzada y, en
consecuencia, de menor capacidad productiva y de escaso o virtualmente nulo
valor en el mercado y conservar a la par a los más jóvenes. Al mismo tiempo,
hacía factible usar el señuelo de la futura y posible libertad para tratar de
garantizarse un comportamiento más ordenado y productivo pues los más ariscos,
levantiscos o poco trabajadores tenían una explícita exclusión como sujetos de
posible manumisión. Con posterioridad a la ley de 1830, se tomaron varias
medidas que favorecían a los propietarios esclavistas y que evidencian el
importante peso político que van a cobrar los propietarios de esclavos, a pesar
de su reducido número, en los gobiernos de la oligarquía conservadora. Así en
1835, se decretó que los esclavos que abrazaran el servicio militar seguirían
siendo esclavos; ello contravenía la legislación impulsada en 1821 en la que,
al calor del proceso de la Guerra de Independencia, se pautaba lo contrario con
el fin de nutrir las filas patriotas.
El 23 de mayo de 1836 se aprobó una ley que
desmejoraba las condiciones legales de los castigos a los esclavos,
retrocediendo inclusive más atrás de las últimas disposiciones de Carlos IV en
su real cédula de 1789. El máximo de azotes permitido a un esclavo fue elevado
de 29 a 100, y se incrementaron las facultades de los amos para aplicar
justicia sobre sus esclavos. Asimismo fueron reiteradas las maniobras para
tratar de restaurar la esclavitud en Apure y Guayana, zonas en que la abolición
era legalmente incontrastable. A pesar de ello, los censos de esclavos
demuestran la existencia de reducido número de esclavos en ambas regiones. A la
vista de la legislación del período 1830-1854 no es exagerado catalogar al
mismo como de reacción esclavista pues los amos y propietarios se valieron de
sus privilegiadas posiciones políticas para interpretar y legislar un conjunto
de medidas legales que, desde su inicio ya evidenciaba una inclinación a su
favor. Sin embargo esa reacción no era capaz de revertir una tendencia a la
desaparición de la esclavitud, lo más que podía lograr era que dicho proceso
fuera lo más lento posible y rindiera un mayor beneficio económico a los
esclavistas.
Independientemente de estas maniobras
legislativas, siguen ahondándose los procesos que tendientes a la marginación
de la esclavitud, ya habían comenzado a desarrollarse a fines del siglo XVIII.
La mano de obra libre es cada vez más importante. Su uso es preferible a la
mano de obra esclava en cultivos como el café que está cobrando una importancia
de primer plano. En este cultivo es escasa la mano de obra permanente requerida
y con ello se ponen las condiciones para contratar temporalmente peones y no
disponer de esclavos a los que, para ser aprovechados adecuadamente, es
importante asignar tareas en forma continua. La solución ya no se busca en la
introducción de esclavos desde el exterior, alternativa legalmente negada desde
1810, sino en las corrientes inmigrantes que se buscan en Europa aunque con más
intención que éxito real.
Por otro lado a medida que pasan los años
los esclavos van disminuyendo de número por un mero proceso demográfico; van
falleciendo los más ancianos sin que nazcan nuevos que aumenten filas. En
contrapartida van aumentando los manumisos. Sólo en 1839 los manumisos nacidos
en 1821 comienzan a cobrar su libertad plena y desde ese momento, el número
total de manumisos tiende a equilibrarse lentamente pues por un lado nacen
nuevas personas en esa condición, pero por el otro van quedando libres en
aplicación de la legislación colombiana. Según los censos de la época entre
1831 y 1854 nacieron 40.000 manumisos y murieron 27.000 esclavos. De este modo
la esclavitud se estaba agotando por vía natural. De manera que a comienzos de
la década de 1850 los propietarios obtenían casi tanto beneficio de los
manumisos en edad productiva y todavía no independizados de los amos de sus
madres, que de una población esclava notablemente disminuida y en edad
avanzada. En contrapartida a los procesos demográficos, el efecto de la
legislación instaurada para la “extinción gradual de la esclavitud” era
incomparablemente menor. Así entre 1830 y 1854, 934 esclavos quedaron libres
por la utilización con esos fines de los impuestos de manumisión, mientras que
289 cobraron la libertad en testamentos para cancelar de ese modo los impuestos
respectivos. En total 1.223 mientras que 27.000 sólo encontraron su libertad en
la muerte. Estas cifras evidencian a todas luces que la politica de reacción
esclavista fue efectiva en términos de aprovechar al máximo al régimen
esclavista y que las leyes de manumisión, tanto la de 1821 como la de 1830,
perdieron toda posibilidad de eficacia en manos de gobiernos con escaso interés
en financiar los fondos de manumisión y con un profundo deseo en prolongar al
máximo la utilización productiva de esclavos y manumisos.
Vistas las cifras, no es difícil entender
que en estas condiciones la esclavitud tenía un plazo de vida que no podía
prolongarse por mucho tiempo. Sin embargo había factores que en estos años
fueron creando condiciones para una eliminación definitiva de la institución
esclavista sin esperar su natural muerte. Estando la esclavitud condenada, los
amos veían con más tolerancia la conveniencia de ser pagados por el valor
monetario de sus esclavos para dar un uso más productivo al mismo. A partir de
los 39 años y de acuerdo a las tablas de valores de la época, los esclavos se
depreciaban año a año de modo que para el poseedor de esclavos que funcionara
con inteligentes criterios económicos, era más conveniente salir de una
“mercancía” que se estaba devaluando y poseer su equivalente en metálico para
darle un rentable uso; en consecuencia veía con simpatía los esfuerzos
tendientes a acelerar la manumisión tras haber hecho los pagos
correspondientes.
Al propio tiempo los esclavos y manumisos
restantes, dado el mantenimiento que sufrían en su condición, eran fuente de
una agitación permanente que sin dar lugar a grandes procesos de insurrección,
suponía al propio tiempo costos económicos y políticos. En 1822 se da un
levantamiento de los negros de Curiepe; en 1824 se habla de una asonada de
esclavos en Petare; en 1831 se sigue una causa a los de la hacienda Urbina y
los de Tocoraguita; en 1832 se descubre la conspiración de negros en Carayaca;
en 1835 son perseguidos en Caucagua los fugados convertidos en asaltantes; en
1845 se dan alzamientos de prófugos en Ocumare. Los esclavos y manumisos
conformaban un porcentaje reducido de la población, pero junto con la población
negra, que veía con simpatía su posible liberación, oscilaba alrededor del 10%,
lo cual en el juego político y social que no electoral de la época, era un
factor de apoyo no desdeñable. Las voces que pedían el mantenimiento indefinido
de la esclavitud eran minoritarias y toda la discusión giraba alrededor de la
velocidad y los mecanismos para lograr su liberación.
El acceso al poder de los hermanos José
Tadeo y José Gregorio Monagas, si bien con matiz liberal discutible en muchos
sentidos, dejaba de lado a las concepciones más conservadoras y reaccionarias.
La unión de todos estos factores hacía que en la década de 1850 hubiera un
ambiente cada vez más favorable para la abolición. Así a partir de 1848 se
empiezan a hacer observaciones críticas tanto a la ley de 1830 como a los
procedimientos concretos de manumisión, como se puede ver con claridad en las
Observaciones críticas a las leyes sobre manumisión de 1821 y 1 830 formuladas
por el Secretario de Interior y Justicia al Congreso de 1849. El año siguiente
el propio Secretario solicita un aumento de los fondos dedicados a la
manumisión. El 15 de diciembre de 1850 la Diputación Provincial de Maracaibo
establece un impuesto subsidiario en favor de la libertad de esclavos. En 1851,
1852 y 1853 se repiten las observaciones y solicitudes del Secretario de
Interior y Justicia exigiendo cada vez medidas más explícitas para acelerar la
liberación progresiva de los esclavos tal cual estaba contemplado en el ley de
1830. El 29 de noviembre de 1851 la diputación provincial de Barquisimeto
destina 10.000 pesos para la libertad de los esclavos. El 10 de diciembre de
1852 se emite un acuerdo de la diputación provincial de Caracas para que el
Congreso sancione una ley sobre la abolición de la esclavitud. En el
presupuesto aprobado para 1853, se distribuyen entre las diferentes provincias
venezolanas 50.000 pesos para auxiliar los fondos de manumisión. Las medidas
orientadas a solicitar y dotar de mayores fondos a las juntas de manumisión en
ocasiones no se hacían efectivas por las deplorables condiciones fiscales del
momento, pero iban creando condiciones para un cambio cualitativo en la actitud
de los cuerpos políticos en relación al problema.
‘Es en este ambiente que en 1854 y bajo la
presión del Ejecutivo comandado por José Gregorio Mona- gas, se realizaron en
el Congreso una serie de rápidas discusiones que concluyeron en la Ley de
Abolición promulgada el 24 de marzo de 1854 y reglamentada el 30 del mismo mes.
Mediante dicha ley, la esclavitud quedaba abolida y se estipulaban las medidas
fiscales que iban a dar origen-a los ingresos con los cuales se iba a
indemnizar a los amos de los esclavos y a los acreedores de los servicios
faltantes de los manumisos. Posteriormente, en 1855 y 1856 se introducen
modificaciones varias en el articulado de la ley. Conforme a dichas
disposiciones, y según los registros correspondientes, quedaron libres 12.093
esclavos y 11.285 manumisos que fueron valuados en su conjunto en 4.432.991
pesos. La edad promedio de los esclavos liberados fue de 46 años y la de los
manumisos 13. A fin de obtener los ingresos necesarios para los pagos, se
decretaron una serie de impuestos adicionales a los ya existentes de acuerdo a
la ley de manumisión de 1830. Estos arbitrios fueron: el 10% de os que las
rentas provinciales aportan al tesoro público; un impuesto especial de 5 pesos
por galán de aguardiente; impuesto sobre derechos políticos; contribución de
empleados públicos; derechos de registro; derechos testamentarios. En 1856 se
les añadió lo proveniente por impuestos especiales a loterías, sal, licencias
por licores y tabaco. Se acordó emitir billetes para pagar a los propietarios
que hubieran cumplido con las correspondientes exigencias de registro. Paulatinamente,
lo que parecía un procedimiento relativamente sencillo que permitiría enterrar
y olvidar definitivamente el problema, se fue complicando. Por un lado los
propietarios de esclavos o beneficiarios de los servicios de los manumisos
debían proceder a demostrar mediante los correspondientes documentos, sus
derechos y estos debían ser valorizados a fin de convertirse en acreencias de
la deuda de abolición. Por limitaciones tanto de la administración como
deficiencias en los documentos probatorios de los propietarios, este proceso se
extendió por años. En la Memoria de Interior y Justicia de 1860, se precisa que
hay todavía 2.831 expedientes de reclamaciones pendientes por virtud de la
aplicación de ley de 1854 con esclavos y manumisos cuyo valor se estima en
998.426 pesos. De modo pues que hubo retardos importantes a la hora de precisar
y reconocer legalmente lo que los propietarios debían cobrar. Sin embargo los
problemas más graves venían en el sentido de cómo cobrar esas deudas una vez
que fueran reconocidas por el Estado como parte de las deudas de la abolición.
El procedimiento pautado en la ley era la emisión de billetes que se
entregarían a los propietarios de esclavos, una vez reconocidos y valuados los
mismos. En posesión de estos billetes, los propietarios podían esperar su
redención a cargo de los ingresos que el Estado lograra por los impuestos
pautados a tal efecto. En la demora de dicho canje, los billetes cobrarían
intereses del 3% anual. Dadas las limitaciones de los fondos obtenidos con la
aplicación de la ley en octubre de 1858 se acuerda complementar con cargo al
presupuesto lo necesario para el pago de la deuda de abolición. Al propio
tiempo y por las protestas ante los impuestos que dicha ley creaba se empieza a
eliminar buena parte de los mismos a partir de ese mismo año.
Paralelamente, el deterioro de la situación
política (caída de José Tadeo Monagas, enfrentamiento entre liberales y
conservadores, desencadenamiento de la Guerra Federal) iban creando una
desorganización creciente en la actividad fiscal y en consecuencia, el pago de
la deuda de abolición se hacía cada vez más inseguro. Es así que en 1860
estalla un conflicto en Guatire en el que un grupo de libertos forma desórdenes
aduciendo que los antiguos amos ante la falta de pago de la deuda
correspondiente a su libertad, estaban promoviendo la restauración de la
esclavitud. Es un ejemplo patético de la situación que se vivía en esos
momentos.
Finalmente en 1865 se incorpora,
definitivamente, la deuda de la abolición a la deuda nacional consolidada
cobrando un carácter común con las restantes manifestaciones de la deuda
pública y sin contar con ingresos específicos asignados a su pago. Va a ser
pues tras la tormenta social de la Guerra Federal, que el proceso de la
abolición encuentra su culminación. Una vez libres los ex- esclavos pasaron, en
la inmensa mayoría de los casos, a desempeñar actividades de trabajo
agropecuario como peones. No hemos de olvidar las condiciones en que dichos
trabajadores se desenvolvían. Libres legalmente, pero sujetos a estrictos
contratos con hacendados y ganaderos. Controlados por libretas o pasaportes que
limitaban sus movimientos al cumplimiento de las obligaciones aceptadas en los
contratos a través de los cuales entraban a cumplir su servicio. Endeudados con
frecuencia ante los patronos que les adelantaban dinero, o con más frecuencia
mercancías, en base a un exiguo salario, que les limitaba el pago de las deudas
contrarias y en consecuencia los ataban por largos períodos a sus patronos. Ya
libres los antiguos esclavos van a subir un humilde peldaño en la escala social
para asumir ahora los problemas de la mayoría desheredada de Venezuela.
Bibliografía:
·
ACOSTA SAIGNES, MIGUEL Vida de
los esclavos negros en Venezuela. Valencia, Venezuela: Vadell Hermanos;
Editores, 1984.
·
ARCILA FARIAS, EDUARDO.
Economía Colonial de Venezuela. 2a. edición. Caracas: Italgráfica, 1973.2v.
·
ARCILA FARIAS, EDUARDO. El
primer libro de Hacienda Pública Colonial de Venezuela (1529-1538). Caracas:
Universidad Central de Venezuela, 1979.
·
BRITO FIGUEROA, FEDERICO. El
problema tierra y esclavos en la historia de Venezuela. 2a. edición. Caracas: Universidad
Central de Venezuela, 1984.
·
BRITO FIGUEROA, FE. DE RICO. La
emancipación nacional y la guerra de clases y castas. Caracas: Universidad
Santa María, 1982.
·
BRITO FIGUEROA, FEDERICO. La
estructura económica de Venezuela colonial. 3a. edición. Caracas: Universidad
Central de Venezuela, 1983.
·
CASTILLO LARA, LUCAS GUILLERMO.
Apuntes para la historia colonial de
Barlovento. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1981.
·
GUERRA CEDEÑO, FRANKLIN. Esclavos negros, cimarrones y cumbes de
Barlovento. Caracas: Cuadernos Lagoven, 1984.
·
JIMENEZ G., MORELLA A. La esclavitud indígena en Venezuela (siglo
XVI). Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1986.
·
LANDAETA ROSALES, MANUEL. La libertad de los esclavos en Venezuela.
Caracas: Imprenta Bolívar, 1895.
·
LOMBARDI, JOHN V. Decadencia y abolición de la esclavitud
en Venezuela 1820-1854. Caracas: Universidad Central de Venezuela,
1974.
·
LOPEZ GARCIA. JOSE TOMAS. Dos defensores de los esclavos negros en
el siglo XVII(Francisco de Jaca y Epifanio de Mouraus). Caracas:
Universidad Católica Andrés Bello/Corpozulia, 1982.
·
PARRA MARQUEZ, HECTOR. Centenario de la abolición de la
esclavitud en Venezuela. Caracas: Imprenta Nacional, 1954.
·
RAMOS GUEDEZ, JOSE MARCIAL. El negro en Venezuela: aporte
bibliográfico. Caracas: Instituto Autónomo Biblioteca Nacional, 1985.
·
RONDON MARQUEZ, RAFAEL ANGEL. La esclavitud en Venezuela, el proceso de
su abolición y las personalidades de sus decisivos propulsores: José Gregorio
Monagas y Simón Planas. Caracas: Tipografía Garrido, 1954.
·
TROCONIS DE VERACOECHEA,
ERMILA. Tres cofradías de negros en la
iglesia de San Mauricio de Caracas. Caracas: Universidad Católica
Andrés Bello, 1976. TROCONIS DE VERACOECHEA, ERMILA; comp. Documentos para el estudio de los esclavos negros en Venezuela.
Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1969.
amigo agradecido por tan excelente y solido trabajo de un tema tan importante de nuestra historia e interesante
ResponderEliminarja gay
Eliminarmuy bn la info pero necesito es el comercio de esclavos negros
ResponderEliminarWTF QUE LARGO
ResponderEliminarxd
Eliminarlarguisimoooooo resumanloooooooooooooooooooooooooooo
ResponderEliminarDios dame paciencia y en mis manos resistencia
ResponderEliminarJAJAJA SAME
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar.l. ni lo leí
ResponderEliminarLo copio y pego, y me sale un sombriado café
ResponderEliminarefe
Eliminar