miércoles, 26 de diciembre de 2012

La época de Hammurabi y el ascenso del Imperio Asirio





lbbisin, último rey de la III dinastía de Ur, había dejado el gobierno de la parte occidental de su Estado, amenazada por las hordas amontas, a un tal lshbierra, un semita oriundo de Man, quien se declaró independiente de Isin, al sur de Nippur. Fue un episodio más de la caída final del imperio de Ur, acosado por las migraciones nómadas, y hundido definitivamente a raíz de un ataque elamita (2003 a.C.). La ciudad de Ur fue devastada (Lamento por la destrucción de Ur) y su soberano llevado prisionero al Elam. A partir de ese momento, la unidad política de Mesopotamia volvió a perderse, surgieron monarcas por doquier, todos llevaron el ya devaluado título de «rey de Sumer y Acad», aunque nadie se atrevió a llamarse entonces «rey de las cuatro regiones». Los invasores amontas aprovecharon la caótica situación para ir tomando sucesivamente las ciudades. En Isin, Larsa y Babilonia se instalaron dinastías locales semitas que aspiraron a conseguir la supremacía. Fue una etapa políticamente complicada, con hegemonías sucesivas.

Los reyes de Isin se consideraron sucesores de Ur III. lshbierra (2017-1985 a.C.) consiguió controlar buena parte de los territorios que habían pertenecido al imperio fundado por Urnammu. Erigió fortalezas contra los amontas del sury los elamitas, a quienes logró expulsar del país. Durante aquel tiempo se constata en Isin una gran actividad literaria, copiándose numerosas obras sumerias. Con Ishmedagan aparecen los primeros síntomas de debilidad. Las fuentes hablan de las alteraciones causadas por los amontas. El rey de Asiria, llushuma, aprovechó también las circunstancias para hácer incursiones. Del reinado de Lipiteshtar es conocido un «código», copiado a menudo en las escuelas de escribas, donde se recogen diversos asuntos: exenciones de deudas, prestaciones de servicios, indemnizaciones, derechos de los pobres, contratos, sucesiones, esclavitud. No se atestigua la pena de muerte. La función primordial del monarca, como se hace constar en el prólogo, es hacer reinar el derecho. Su deseo es que sus leyes permanezcan «inmutables». Otro cambio importante que se perfila ahora es el desarrollo de la propiedad y el comercio privados.

Durante cierto tiempo, otra ciudad, Larsa, adquirió protagonismo político. Consiguió su apogeo bajo el rey Gungunum, que arrebató Ur a sin (con el prestigio que ello suponía), tomó Uruk y ocupó el Elam. Nippun fue motivo de constantes disputas con sin. El mapa político de Mesopotamia se fue fragmentando cada vez más. Rimsin de Larsa tuvo un largo reinado (1 822-1763 a.C.). Logró apoderarse de su rival, Isin, emprendió muchas obras hidráulicas y fomentó en su reino las actividades literarias. Sin embargo, el nuevo monarca de Larsa no pudo contrarrestar el fUlgurante ascenso de la nueva potencia en auge, Babilonia, donde se había instalado otra dinastía amorita que acabaría imponiéndose sobre todo el país.



Dos Estados más merecen ser destacados en el complicado firmamento político de aquellos años. Uno fue el principado de Eshnunna, ubicado en la región de Diyala, al este de Bagdad, cuya capital se ha localizado en TeIl Asmar. El otro fue el reino de Man, en el valle medio del Eufrates, entre la desembocadura del Balikh y el curso inferior del Habur. Ambos, al igual que Asiria, mantuvieron una constante lucha para controlar las rutas comerciales de la Alta Mesopotamia. De Eshnunna hay una colección de leyes. Man, por su parte, fue un floreciente principado amorita, que controló una amplia zona y desarrolló un activo comercio, a causa de su estratégica situación, como estación intermedia de caravanas y barcos. Estuvo en el área de expansión de los monarcas acadios (que impusieron allí su lengua y su cultura), luego fue administrada por gobernadores vasallos de Ur II). De allí procedía lshbierra, fundador de la dinastía de Isin. Se conocen algunos de sus monarcas: Yakhdunlím (1825-1816 a.C.), que mantuvo una activa rivalidad con el rey de Yamkhad (Alepo) y realizó expediciones al Tauro, y especialmente su sucesor, Zimrilim, que buscó su seguridad consolidando un sistema de alianzas con los reyezuelos vecinos, al no tener recursos para anexionárselos. Zimrilim fue expulsado por el rey asirio Shamshiadad, buscó refugio en Alepo (principado que dominaba el norte de Siria) y con ayuda de su rey pudo retornar a Man. Aliado un tiempo de Hammurabi, fue destronado por este soberano babilonio.

Las excavaciones de Pajrot en Man (Teil Hariri) han sacado a la luz las ruinas dé un vasto palacio, con numerosas dependencias (habitaciones, sala de audiencia, almacenes, oficinas, escuela de escribas) y bellas pinturas murales (destaca la «Investidura de Zimrilim»), obra de artistas sirios.

También se halló un rico archivo de 20.000 tablillas, muchas de ellas fechadas, correspondiendo la mayoría al reinado de Zimrilim (1780-1759 a.C.). Los textos reflejan la boyante situación económica de Man, que mantuvo relaciones mercantiles con Mesopotamia, Karkemish, Alepo, llegando su influencia hasta Chipre, Creta y Fenicia. Numerosa es también la correspondencia, enviada desde Man o recibida de otros puntos. Los escribas han dejado mucha información sobre diversos temas: salidas de productos, entregas de metales, inventarios de personal, sacrificios a los dioses (algunos del panteón sumerio-acadio) y viajes reales.



La ciudad de Babilonia empieza a ser citada en textos de la época de Ur III, siendo gobernada entonces por un ensi. Al derrumbarse el último imperio sumerio, fue ocupada por los invasores amontas, siendo uno de sus príncipes, Sumuabum, el fundador de la dinastía. Cuando el famoso rey Hammurabi (1792-1750 a.C.) accedió al trono, había tres Estados poderosos: Asiria, bajo la autoridad de Shamshiadad, Eshununna y Larsa, que había conseguido la hegemonía en Mesopotamia. Con el tiempo, Hammurabi fue consolidando la idea de un imperio, que, con capital en Babilonia, llegaría a ser tan extenso como los dominios abarcados por Ur III. Nada indica que dispusiera de especiales cualidades como militar, aunque consiguió notables triunfos al respecto. Sí tuvo un agudo sentido de la diplomacia, sabiendo actuar con prudencia en el complicado escenario que le tocó vivir. Su política exterior estuvo marcada por el éxito: victoria sobre la coalición de Elam, Subartu, Eshnunna y los guti; conquista de Larsa, tras un prolongado asedio sometimiento de Mari. No fue, sin embargo, esta faceta lo que daría a Hammurabi un lugar especial en los anales de la Historia, sino sus principios éticos de gobierno y, en especial, su obra legislativa.

Los soberanos babilonios estimaban que su poder no era propio, sino recibido de los dioses, y que debían asumirlo como un deber, una misión divina, buscando que imperara la justicia y la paz. Tales ideales quedaron simbolizados por el famoso Código de Hammurabi, conservado en una estela original de diorita hallada en Susa, una de las copias que debieron exponerse en las ciudades principales del imperio. Se redactó en lengua semítica babilónica (dialecto del acadio), y tuvo una vasta difusión, ya que muchas de sus disposiciones se reprodujeron en tiempos posteriores (copias en la biblioteca del rey asirio Asurbanipal). En él se efectúa una revisión de la anterior tradición legal sumeria, pero son las normas jurídicas semitas las que adquieren ahora preeminencia. No hay una distribución sistemática de las materias, pero se configuran una serie de secciones. Contiene 280 artículos referentes al derecho civil, penal y administrativo y es innovadora la dureza de los castigos impuestos, la frecuencia de la pena de muerte o las mutilaciones. La ley del talión se aplica en caso de lesiones corporales u homicidio involuntario. Las «actas jurídicas» del reinado permiten completar las lagunas del código. Son el tratamiento práctico de cuestiones que el legislador no estimó necesario reglamentar. Se trata de tablillas fechadas, redactadas por escribas profesionales (como los de la escuela de Sippar), que recogen hechos jurídicos para prevenir impugnaciones. Cada documento tiene un esquema uniforme. Otro apartado legal está constituído por las llamadas «leyes del rey», citadas en el Código y en muchos textos. Unas son generales, otras especiales, y tratan diversos temas: derecho de sucesión, relaciones entre prestatario y prestamista, derechos de las sacerdotisas de Shamash.





La documentación administrativa es en este aspecto más escasa (actas de procesos, correspondencia oficial, contratos privados). Por lo que respecta al gobierno, el soberano decidía en todo tipo de asuntos, procurando que resplandeciese la justicia, controlando a sus funcionarios, garantizando a todos los súbditos el derecho y la equidad. Del visir dependían los distintos departamentos: escribas, archiveros, inspectores, correos, cuyos sueldos se pagaban en vestidos y alimentos. Se daban tierras en arrendamiento y como «beneficio» a funcionarios y soldados. El palacio poseía un catastro de todas las tierras, dirigía las obras públicas (murallas, santuarios, canales) y resolvía lo concerniente a los trabajos hidráulicos. Los honorarios de lás profesiones liberales y los salarios de los obreros eran fijados por ley.

En las provincias, la autoridad estaba en manos de los gobernadores (sakkanakku), con poderes civiles y militares, así como atribuciones financieras (recepción de impuestos). Eran asistidos por un consejo. Se encargaban de hacer ejecutar obras de interés colectivo e intervenían en la administración de los bienes de los templos. A nivel de la ciudad, destacaba el alcalde (rabianu), responsable de mantener el orden y presidir la asamblea local constituida por ancianos y notables (comerciantes), que se encargaba de administrar justicia, percibir los impuestos comunales y gestionar los bienes públicos.

Por lo que respecta a una sociedad, como la mesopotámica, que en aquel tiempo había ya amalgamado varios componentes, cabe resaltar la inexistencia de diferencias jurídicas basadas en criterios raciales. De hecho, la estructura religiosa politeísta favorecía la tolerancia y, por ende, la armonía entre las diversas etnias. Las diferencias sociales lo eran por status jurídico o motivos económicos. El estrato superior estaba formado por la família real y la aristocracia de funcionarios, así como los grandes propietarios y comerciantes, sujetos también a mayores obligaciones. Luego figuraban los amelu, hombres libres con plenos derechos, propietarios de tierras, que formaban parte de los consejos de las ciudades y constituían la parte más numerosa de la población. A continuación, venían los mushkenu, semilibres que habían perdido el estatuto de los ame/u y esclavos manumitidos. Trabajaban como campesinos, soldados, pastores, artesanos, y gozaban de menos protección jurídica. Finalmente, estaban los wardum o esclavos, con estatuto legal, no muy numerosos. El dueño no tenía derecho de vida y muerte sobre ellos, y podían ser manumitidos. Sin personalidad jurídica estaban los asiru, prisioneros de guerra, los que tenían peores condiciones. En aquella sociedad el matrimonio era monógamo. La mujer disfrutaba de amplia capacidad jurídica. Estaban reguladas por el derecho tanto las adopciones como las herencias.

En el plano económico cabe destacar el afianzamiento de la propiedad privada. Los ciudadanos ya no dependían estrechamente del templo o del palacio, aunque los santuarios siguieran recibiendo donaciones y actuaran como bancos (contratos de préstamo) e instituciones de beneficencia (rescate de prisioneros, préstamos sin intereses). Desaparecieron los feudos militares. Y los soldados pudieron recibir en usufructo tierras reales. El palacio siguió siendo un gran propietario que alquilaba tierras a colonos. Lo mismo que el templo, se convirtió en empresa capitalista, obteniendo ganancias de préstamos o monopolizando el comercio caravanero con el exterior, aunque los particulares podían obtener licencias de importación.

Durante la época de Hammurabi se registró el ascenso del dios Marduk, al que se erigió un templo en Babilonia, y que encarnó el «ideal de salvación)> del género humano presente en la ideología política del soberano. Este aparece en la estela de Susa frente a Shamash, dios de la justicia, la paz y el orden, que, bajo la égida del monarca, resplandecen ahora por igual para todos. También hubo en Babilonia una notable actividad cultural, de la que da fe el intenso trabajo desarrollado por las escuelas de escribas. Buena parte del caudal de la literatura sumeria procede de copias de aquel tiempo, elaboradas con fines didácticos, aunque muy fidedignas. Tal fue el resultado de la simbiosis cultural sumero-acadia y del prestigio de la lengua sumeria, aunque en la vida práctica se impuso el acadio. Prueba de ello es el afán de conservar, por ejemplo, los mitos sumerios como la recreación de la epopeya de Gilgamesh, con el tema de la búsqueda de la inmortalidad. El abadio también ascendió al nivel de lengua literaria. Hay versiones bilingües de textos literarios, recopilaciones lexicográficas e inscripciones reales.



Con los sucesores de Harnmurabi volvió la inestabilidad política a Mesopotamia. Remando Samsuiluna, las fuentes citan las rebeliones en algunas ciudades, mientras en el sur se hacía independiente el ‘<País del Mar» y recuperaban temporalmente su autonomía Larsa y Uruk. Aparecen las primeras noticias de las infiltraciones, aún pacíficas, de pueblos casitas (nómadas de los montes Zagros) en la zona de Diyala. Del rey Ammisaduqa se conserva un importante edicto sobre anulaciones de impuestos atrasados y de deudas resultantes de préstamos. Al parecer, el monarca buscó evitar el endeudamiento masivo del país, frenando la acumulación de riqueza en pocas manos. El final de la 1 dinastía de Babilonia fue un período turbulento. En el año 1595 a.C. tuvo lugar una incursión del rey hitita Mursil 1, que acabó con los últimos vestigios del Estado. Sin embargo, Mursil bactó con los casitas y les cedió Babilonia a fin de evitar que amenazaran su reino.

Después de un período en que estuvo bajo el control de la II dinastía del ‘<País del Mar», que dominaba la parte meridional de Mesopotamia, Babilonia fue ocupada por los casitas dirigidos por su rey Agum 11(1570 a.C.). A partir de entonces, se inició una etapa en la que el reino de Hammurabi quedaría históricamente oscurecido por el paralelo auge de Egipto, Mitani y Hatti, países con los que los soberanos casitas mantuvieron relaciones diplomáticas. Los casitas asumieron la herencia cultural babilónica. Documentos importantes de aquel período son los kudurrus, mojones de piedra donde se recogían los documentos de donación de tierras.

Los casitas extendieron su radio de influencia hasta Eshnunna, Gutium y Asiria. Su rey Ulamburiash sometió el «País del Mar», donde gobernaba una dinastía local desde los años de Hammurabi. Su sucesor, Karaindash, mantuvo contactos directos con el faraón Amenofis III, quien le pidió una hija como esposa. Los posteriores monarcas casitas (como Burnaburiash II) continuaron los contactos diplomáticos con Egipto y tuvieron a Asiria bajo vasallaje. Los faraones, a fin de obtener respaldo internacional, buscaron el apoyo babilonio pagándolo con abundante oro. Cuando el país de Ashur resurgió, los casitas fueron apoyados por Hatti. Tukultininurta I arrasó Babilonia y puso un gobernador asirio. Tras la ruina del Imperio Medio Asirio y de Hatti, Babilonia se recuperó durante un tiempo. Luego acabó fragmentada en múltiples principados autónomos, quedó bajo la influencia del Elam y, posteriormente, en el radio de acción de las invasiones arameas de fines del II milenio, que se hicieron fuertes en el «País del Mar» (caldeos).

Durante el reinado de Tiglatpileser III de Asiria, el país había caído en la más completa anarquía, siendo entonces incorporado definitivamente por su poderoso vecino del Norte.



Asiria, que llegaría a constituir uno de los imperios más extensos y férreamente regidos de la Antigüedad, se configuró como Estado en la zona septentrional de Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Eufrates, extendiéndose al norte por la depresión de Mosul y hacia el este hasta los límites de Irán. La época que mejor se conoce es la de apogeo, en los siglos VIII-VII a.C., bien documentada por las fuentes bíblicas, que describen el azote militar asirio, o por los anales de sus victoriosos monarcas, llenos de soberbia y exaltación nacionalista. Pero su historia se inició mucho antes. Observada en su totalidad, se presenta como la larga peregrinación histórica de un pueblo aguerrido en busca de su identidad, en lucha con un ámbito geográfico hostil y poco generoso en recursos, y con enemigos que le acosaron siempre, con etapas de alza y decaimiento, en las que se fue forjando su peculiar idiosincrasia.

Su dios nacional Ashur dio al país su nombre. La historia se inició ya en el III milenio, cuando la población de aquellas comarcas se componía de elementos presumerios y otros predecesores de los posteriores hurritas. También desde el sur, los acadios aportaron influencias culturales (por ejemplo, en la lengua). Por aquel entonces, el país se llamaba Subartu, y sus gentes eran de carácter nómada. Los anales asirios, aunque redactados en época muy posterior, inician sus listas reales con los reyes «moradorés de tiendas)), jefes nómadas cuyos nombres no son aún semitas. Los asirios acabarían sedentarizándos tiempo antes de entrar en contacto con los acadios. Luego quedaron en la órbita del imperio creado por Sargón, que dejó allí una acusada impronta. Tras Ur III, se inició con Puzurasur 1 una dinastía autónoma, que buscó una consolidación territorial definitiva en disputa con otros vecinos del este y del sur. Habitantes de un país árido y montañoso, que contrastaba abiertamente con las feraces tierras mesopotámicas, aquellos primitivos asirios desarrollaron hábilmente sus originales aptitudes nómadas no sólo para descubrir y explotar sus contados recursos naturales, sino también para impulsar un activo comercio con países limítrofes. La ana de sus ganados sustentó una importante industria textil. Aprovecharon el cobre, la plata y los placeres auríferos de la comarca del río Zab.

Precisamente, la principal información sobre la Asiria de los siglos XX-XIX a.C. proviene de una región situada a varios cientos de kilómetros al oeste, Capadocia (Turquía), donde floreció Kanish (hoy Kültepe), una antigua colonia de comerciantes asirios establecida junto a una comunidad indígena prehitita. Este yacimiento arroja mucha luz sobre sus empresas mercantiles en las que, a diferencia de los pueblos mesopotámicos, los comerciantes asirios actuaron con independencia del Estado. Las tablillas contienen registros de contabilidad, contratos, actos procesales, correspondencia de negocios. Se alude con frecuencia al karum, institución que servía como cámara de comercio, banco, aduana y tribunal mercantil, con un representante de la administración asiria y sucursales (wabaratum) en otros puntos del país. Pagaban impuestos a los príncipes locales. Grandes caravanas y correos mantenían a Kanish en continuo contacto con Asiria.

Dicho enclave interrumpió bruscamente su existencia, por causas aún no claras, en vísperas de que Asiria conociera su primer período de apogeo. Hacia 1815 a.C., un amorita llamado Shamshiadad, hijo del rey de Alepo, perteneciente a uno de los grupos semitas nómadas infiltrados en Mesopotamia desde tiempo inmemorial, dio un golpe de mano y ocupó el trono asirio. Shamshiadad, contemporáneo del gran rey babilonio Hammurabi, desplegó una febril actividad para elevar a Asiria al rango de potencia capaz de disputar la hegemonía a otros Estados vecinos. Con astucia y habilidad política extendió sus dominios hacia el oeste, resistió los ataques de los principados de Alepo y Karkemish, ocupó Man, donde instaló a uno de sus hijos para contener a los nómadas sirios, dejó a otro de sus hUos en la frontera este, para controlar a Eshnunna y a los montañeses de los Zagros. El nuevo Estado fue organizado en provincias, cada una bajo el mando de un gobernador, y su cohesión se mantuvo gracias a un eficaz servicio de correos y a guarniciones permanentes. Shamshiadad portó el título acadio de «rey de la totalidad», expresión de sus aspiraciones de poder, y dejó una herencia política que sus sucesores no pudieron mantener por mucho tiempo, pero que se revitalizaría más tarde.



Asiria entró en la órbita babilónica bajo Hammurabi y, posteriormente, en la esfera de Mitani y los casitas. La cultura hurrita influyó notablemente sobre la sociedad asiria. Los faraones de la dinastía XVIII se interesaron por el país (siglo XIV a.C.), que ocupaba una estratégica posición en el flanco oriental del Imperio Hitita, y le nviaron subsidios de oro. Con Asuruballit (1365-1330 a.C.), hombre enérgico, pero hábil diplomático, Asiria logró deshacerse del yugo mitanio, aprovechando la derrota del rey Tushratta ante Suppiluliuma. Esta autonomía se hizo patente en una mayor proyección internacional (relaciones con el Egipto de Amenofis IV) y en los intentos de anexionarse algunos territorios que habían sido de Mitani. Hubo un influjo cultural babilonio sobre Asiria (culto de Marduk en Ashur en época del rey casita Burnaburiash) e influjo político asirio sobre Babilonia.

En el siglo XIII a.C. se registró el gran ascenso de Asiria. Adadnirari 1(1307-1275 a.C.) atacó Mitani y llegó hasta el Eufrates, lo que le puso en las puertas de Hatti, no interesada en un conflicto en el este al estar en guerra con el faraón Ramsés II. Este ascenso de Asiria, que por el momento no mostró deseos expansionistas hacia el oeste, motivó el entendimiento final entre Egipto y Hatti (tratado de 1278 a.C.), consiguiendo de Babilonia algunas cesiones territoriales. Por esta época se empiezan a tener los primeros anales históricos asirios.

Otro enemigo que acosaba a Asiria era Urartu, aunque aún sin la potencia ulterior. Salmanasar 1(1274-1245 a.C.) intervino allí con eficacia, lo mismo que en Mitani, doblegado definitivamente, lo que supuso la anexión de la Alta Mesopotamia. El ejército asirio (caballería, carros, infantería) empezaba a caracterizarse por su organización, disciplina, patriotismo y crueldad. Ashur era ya un dios guerrero, y la guerra por su dominio tenía carácter sagrado. Con Tukultininurta 1 (1244-1204 a.C.) se culminó el proceso de engrandecimiento político de Asiria, aunque surgieron con frecuencia revueltas interiores. Elementos peligrosos para la estabilidad del Imperio Asirio fueron los guti. Los asirios intervinieron en las zonas urarteas de los lagos de Van y Urmia, y controlaron Arrapkha, en la ruta de Irán. También tomaron Babilonia, transformada en provincia. Desarrollaron una política de deportaciones destinada a asegurar unas conquistas que actuaron como cinturón defensivo en torno al solar patrio y revitalizaron la economía con unos tributos, que permitieran erigir palacios y templos en la capital, Ashur. La decisión real de construir su residencia y centro político fuera de Ashur (Kar-Tukultininurta), los gastos del Estado y la inclinación a la cultura babilonia provocaron la oposición de parte de la nobleza asiria y el rey fue asesinado. Asiria decayó, pasando a ser vasalla de Babilonia, que había recuperado su independencia reinando aún Tukultininurta. Solamente se restablecería bajo Tiglatpileser 1(1117-1077 a.C.).

Este monarca imprimió a su Estado una dinámica política exterior. En Anatolia, donde había desaparecido Hatti, el rey luchó con los mushki(traco-frigios) y los reinos neohititas; intervino en las áreas septentrionales (país de Nairi), atraído por su riqueza ganadera y metalífera; efectuó campañas hasta Siria y Líbano, a fin de conjurar la amenaza de las tribus arameas, recibiendo tributos de las ciudades fenicias; consiguió someter Babilonia, donde se mantuvo un príncipe adicto. Asiria no efectuó aún una ocupación permanente de territorios, sólo buscaba percibir tributos. Las frecuentes rebeliones obligaban a realizar expediciones de castigo. Luego, y a causa de la gran expansión aramea, se replegaría tras sus fronteras ancestrales, luchando simplemente por la supervivencia. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario