miércoles, 26 de diciembre de 2012

Sumerios y acadios en Mesopotamia




Los orígenes del pueblo sumerio
El país que los griegos llamaron Mesopotamia —»tierra entre ríos»— fue solar de las más antiguas civilizaciones de la Humanidad, influidas notablemente por sus condicionamientos geográficos: dos grandes cursos de agua —el Tigris y el Éufrates—, de irregular caudal, cuyo aprovechamiento dependía de la ejecución de adecuados trabajos hidráulicos; altos rendimientos de unos fértiles suelos; limitados recursos materiales, lo que obligó a mantener unas relaciones exteriores imprescindibles para importar piedra, metales, madera. Esas circunstancias fomentaron el surgimiento de comunidades organizadas para resolver colectivamente tales problemas: apertura de canales y construcción de diques, explotación del suelo —cuya ocupación originó frecuentes problemas de convivencia—, defensa ante ciudades vecinas y enemigos externos (pueblos montañeses, semitas del desierto); una sociedad en la que el individuo contaba poco, en la que se impulsó tempranamente el concepto de división del trabajo y especialización de funciones, en la que se vivió un modelo propio de economía autárquica y cerrada, que giraba en torno al templo, centro político-económíco de aquellas ciudades-Estado (gobernadas por una intelectualidad dirigente, en la que el sacerdote ejercía enorme influencia); una sociedad, además, notablemente religiosa, que confiaba en el respaldo de las fuerzas sobrenaturales para poder sobrevivir.

Fueron los sumerios quienes configuraron allí la primera gran civilización. Sumer fue el nombre de la parte sur del país, donde estuvieron aquellas ciudades (Ur, Uruk, Lagash) que lucharon por la hegemonía en la llamada época Protodinástica o Presargónica. No está claro el origen de ese pueblo, sobre el que se han formulado fundamentalmente dos teorías. Según unos, serían gentes autóctonas, producto de una evolución de las comunidades protohistóricas de Mesopotamia (El Obéid, Uruk), donde cabe rastrear precedentes materiales de su ulterior cultura (VII-IV milenios a.C). Los sumerios no serían una raza aparte, con singularidad, sino una mezcla de elementos autóctonos y alógenos. Para otros, los sumerios llegaron de fuera en la etapa protohistórica. Pudieron proceder bien del área del mar Caspio (Transcaucasia), o del este, del país que las fuentes sumerias llamaban Tilmún, que se identifica con el valle del Indo, donde florecieron civilizaciones coetáneas (Harappa, Mohenjo-Daro), con las que los sumerios parece ser que tuvieron relaciones comerciales.



En el período ya histórico que se conoce como Protodinástico o Presargónico (2900-2334 a.C.), se documentan las primeras dinastías reales. Mitos y epopeyas sumerios hablan de la fundación por el dios Enki de la ciudad de Eridu, un antiquísimo establecimiento presumen donde, según la lista de reyes de Nippur, se instaló la realeza cuando el poder real descendió del cielo. El Diluvio Universal formaba parte ya de la historia mitológica sumeria. Según la tradición, diez monarcas de Nippur, de larguísimos reinados, gobernaron antes de ese acontecimiento. El último, equivalente sumerio del Noé bíblico, fue Ziusudra (en babilonio, Utnapishtim). Los tiempos legendarios prosiguen después. Los soberanos de las más primithias dinastías son aún héroes míticos, como Gilgamesh y Dumuzi U dinastía de Uruk), sin constatación histórica. Los primeros reyes (ensis) cuya existencia está documentada son Enmebaragési y Messilim, «reyes de Kish» (título real sumerio) hacia 2700-2550 a.C. En este período surgen amplios templos y zigurats (torres escalonadas), y de él se han conservado estatuillas votivas de orantes, que expresan actitudes de plegaria y adoración.

No puede hablarse aún de un Estado sumerio unificado, sino de hegemonías sucesivas de varias ciudades enfrentadas entre sí. Frente a la inseguridad, las ciudades se amurallan. Kish, bajo la batuta de Messilim, que erigió allí el llamado «palacio A», actuó como árbitro en estos conflictos, lo que acrecentó el prestigio de sus ensis. Dicho rey medió en la disputa territorial entre Lagash y Umma, registrando su decisión en una estela fronteriza. Se han conservado algunas de sus inscripciones votivas, de las que se desprende que los gobernantes sumerios cifraban su mayor gloria en la construcción de templos. Famosos fueron el del dios Enlil de Nippur, con un prestigioso sacerdocio, y el de la diosa Inanna de Uruk.


Durante el período que se conoce como 1 dinastía de Ur (2600-2370 a.C.), el poder político en Sumer basculó hacia el Sur. Ur fue una importante ciudad, cuyos soberanos (Meskalamdug, Akalamdug) se enterraron’junto a sus carros, caballos y siervos en las ricas tumbas que excavó Leonard Woolley, donde aparecieron un mobiliario de gran belleza, el famoso «estandarte» —con escenas de paz y guerra—, cascos de oro, armas, vasos, instrumentos musicales. Hay inscripciones de Mesannipadda de Ur, fundador de la dinastía, a quien sucedió Aannipadda, que consagró un templo a Ninhursag.

Otra ciudad que destacó fue Lagash, que vivió una gran exaltación religiosa, en torno a su dios Ningirsu, y un acusado belicismo. El iniciador de la dinastía, UrNanshé (2490 a.C.), aparece en los relieves participando en la edificación de santuarios a diversas divinidades. Los textos hablan así mismo de la construcción de murallas, graneros, canales, de objetos consagrados a deidades, de importaciones. Con Eannatum, Lagash pasó a tener la hegemonía en el país. La (<Estela de los buitres» muestra sus combates con Umma en defensa del patrimonio territorial de Níngirsu. El litigio se resolvió reponiéndose la estela de Messilím y firmándose un tratado. También guerreó contra ciudades (Ur, Uruk, Kish). En cuanto a textos, hacía el 2400 a.C., la larga inscripción de Entemena ofrece una primitiva muestra de «historia narrativa», citando los títulos reales, los santuarios y canales realizados, la reiterada guerra con Umma.

Tras Entemena, los ensis fueron perdiendo terreno ante el poder clerical afianzado en los grandes templos, sede de la vida económica. Contra ese estado de cosas reaccionó un rey con preocupaciones de justicia social, Urukagina. Para entonces, Sumer estaba ya sometida a la influencia de las oleadas semitas procedentes del Oeste, a las que las ciudades sumerias, desunidas, fueron incapaces de hacer frente. Un intento de reacción partió de Umma, cuyo rey Lugalzaggisi buscó forjar un imperio sumerio unificado. Atacó a la tradicional enemiga, Lagash, destruyéndola; luego, conquistó Ur, Uruk, Kish y Larsa. Al tomar Nippur, los sacerdotes de Enlil le confirieron el prestigioso título de «rey del país». La hegemonía de Umma sobre Sumer fue total, pero se amplió más, pues las crónicas hablan de campañas hasta el «mar Inferior» (golfo Pérsico) y el «mar Superior» (costa siria).

Cada ciudad-Estado sumeria estaba regida por un ensi —«rey-sacerdote»—, juez supremo, jefe del ejército, administrador del patrimonio del dios local. En su faceta religiosa, aparece en las estatuillas votivas en actitud de plegaria ante la divinidad, o en relieves contribuyendo piadosamente con su esfuerzo personal a la construcción de templos, a fin de ganarse el favor divino. O sirve al dios en la guerra, como se ve en algunas estelas. La administración civil y religiosa de la ciudad-Estado abarcaba una amplía jerarquía de funcionarios: inspectores de las obras hidráulíóas, pastores-jefes, capataces, escribas, sacerdotes especializados en diversas disciplinas (sacrificios, canto, oráculos). El ejército estaba compuesto de hombres libres con sus oficiales, y gozaba de gran prestigio. En épocas de paz, sus efectivos se empleaban en trabajos agrícolas y de construcción (diques, templos). También había exenciones del servicio militar (sacerdotes, funcionarios).

La población sumeria se incrementó notablemente en este período, fenómeno corroborado por el mayor tamaño de los recintos urbanos y los templos. La sociedad sumeria era esencialmente urbana, y giraba en torno al templo y al palacio. Por debajo de las familias nobles y la jerarquía de los funcionarios, se situaba una amplia mayoría de hombres libres con diversas ocupaciones: campesinos, ganaderos, jardineros, pescadores, artesanos, pastores. Los escribas gozaban de un elevado prestigio social.

En general, la población no vivía mal, salvo en épocas de guerra, en que sufría el hambre. Había también esclavos, bien prisioneros de guerra o comprados fuera (como los de Gutium). Sus principales propietarios eran los palacios y templos. Trabajaban duro, pero se les reconocían ciertos derechos. La mujer gozaba de gran consideración, algo natural en una sociedad donde las diosas (sobre todo, las de la fecundidad) tenían gran ascendiente. Podían servir como sacerdotisas y algunas llegaron a tener gran poder político.

El santuario era el centro económico y a la vez el supremo propietario de cada ciudad sumeria. Todo se consideraba patrimonio de la divinidad: población, ganado, productos del suelo. Ensi y clero eran administradores de los bienes de una divinidad que velaba sobre los hombres, atendiendo sus plegarias. Desde el templo, se organizaban los trabajos agrícolas y las obras hidráulicas. Además de lugar de culto y adivinación, el templo atendía diversas facetas: tribunal, catastro, granero, tesoro. Los excedentes de producción sostenían a sacerdotes, corte, funcionarios, escribas, soldados y artesanos. Con sus recursos se pagaban las obras públicas y los productos de importación. Sus archivos recogían en tablillas de arcilla toda la documentación generada por las actividades económicas y administrativas: listas de trabajadores libres y de esclavos, de entradas y salidas, salarios, gastos. Cada oficio también tenía su centro allí. El artesanado era hábil y abarcaba diferentes especialidades (albañiles, ebanistas, escultores).

Otra actividad monopolizada desde los templos fue el comercio. Los sumerios tuvieron un gran espíritu mercantil, siendo los mercaderes activos propagadores de su cultura. Tales operaciones producían también una abundante documentación, archivada en el santuario, bajo la garantía de la divinidad. Se usaba el cilindro-sello como distintivo de propiedad. También se desarrollaron unidadés de medida. Las importaciones (maderas, piedras preciosas, metales, asfalto), registradas cuidadosamente en tablillas, se pagaban con productos agrícolas o artesanales. Las rutas comerciales pusieron en contacto a Sumer con Siria, Egipto, Anatolia, Elam, Arabia o India.

La sociedad sumeria progresó así mismo en diferentes campos culturales. La complejidad creciente de las relaciones socioeconómicas fomentó la sustitución del derecho consuetudinario por el escrito. El ensi actuaba como juez supremo y el derecho familiar daba grandes poderes al padre. Gran parte de esta tradición legal fue recogida en «códigos» posteriores. En el aspecto científico, los sumerios desarrollaron notables conocimientos en astronomía, astrología, medicina, geografía, matemáticas y geometría, —en este último caso, por necesidades de la vida práctica: arquitectura, apertura de canales, construcción de diques— y utilizaron los sistemas decimal y sexagesimal.

Uno de sus mayores avances culturales fue la escritura cuneiforme que, partiendo de un sistema basado en signos pictográficos (dibujos), evolucionó al adquirir aquéllos valor fonético y tomar la forma de pequeñas cuñas, usándose varios cientos de signos. Se escribía sobre tablillas de arcilla, en general, de pequeño tamaño y diversas formas. Para autentificarlas, se marcaban con cilindros-sellos con escenas grabadas, que se hacían rodar sobre la arcilla aún húmeda. Registros de contabilidad, así como textos literarios (poemas, himnos, plegarías) y didácticos (Instrucciones de Shuruppak) son los testimonios más antiguos.

Los sumerios se caracterizaron también por su religiosidad Como se ha indicado, el centro de la vida urbana era el templo. Los santuarios —que no obedecían a un plano uniforme— acogían sacrificios y ofrendas, albergaban escuelas y en ellos se practicaba la adivinación. También se erigieron zigurats —grandes torres escalonadas de siete pisos—, que servían para ceremonias religiosas y como observatorio astronómico. La religión era politeísta, mostrándose gran tolerancia con las deidades ajenas. Característica esencial fuela estrecha relación entre religión y poder político, gozando de enorme influencia el clan sacerdotal. Las divinidades eran antropomórFicas y de carácter astral. Cada ciudad pertenecía a un dios. Los principales dioses fueron: Enki, dios de la sabiduría y las artes; Enlil, dios del viento, la tempestad y las montañas; An, dios del cielo; Inanna, diosa del amor y la fecundidad; Dumuzi, dios de la fertilidad agrícola. Los sumerios creían también en los demonios —buenos y malos—, en los conceptos de premio y castigo divinos, siendo también creadores de muchas concepciones cosmogónicas (creación del mundo y del hombre, el paraíso) y de una rica mitología.

Desde época muy antigua, está constatada la presencia de elementos semitas en Mesopotamia, notable en ciudades como Kish, Nippur o Man. La prosperidad material de las ciudades de Sumer había sido siempre un atractivo para aquellos pueblos nómadas que recorrían los desiertos ubicados entre Siria y el territorio sumerio. A veces, se dedicaban al pillaje; otras, constituían una pacífica y gradual migración. En una simbiosis pacífica, se habían integrado en la sociedad sumeria; su hegemonía llegó con el ascenso de Sargón. Los semitas llamados ahora acadios —por el nombre de su capital, Acad, Akkad o Agadé—, se sedentarizaron por completo, adquiriendo supremacía en la parte norte de Mesopotamia y dominando Sumer.

El forjador del Imperio Acadio, Sargón, del que se decía que, tras haber sido abandonado en el Eufrates, había sido recogido por un jardinero, se educó en la corte de Urzababa de Kish, de quien fue copero y al que acabó destronando. El ascenso de Sargón —cuyo nombre es un título real, que significa <(rey verdadero», y cuya leyenda recuerda la de otros «forjadores de naciones», como Moisés, Ciro o Rómulo— marca el apogeo de la presencia semita en Mesopotamia. Su cabeza de bronce, encontrada en Nínive, le representa bajo los rasgos de «pastor de pueblos». La tradición haría de él el prototipo de feliz conquistador, héroe de relatos épicos. Al frente de sus guerreros semitas, dotados con un armamento más ligero —arco, jabalina— que el pesado equipo sumerio, y tomando como divisa «el Norte dominará», atacó a Lugalzaggisi de Umma, a quien apresó; aniquiló a Ur, Uruk y Lagash; pudo titularse «rey del país» (de Sumer). Sus iniciativas -como la organización de un nuevo Estado, la fundación de Agadé (a la que fortificó y dotó de templos) o la irrupción de las deidades semitas en el panteón mesopotámico (Shamash, dios-Sol; Sin, dios-Luna; lshtar, asimilada a Inanna; Dagan)— marcan un criterio diferenciador entre ambas etnias, la sumeria y la acadia.

Obra de Sargón fue también la expansión exterior del Estado acadio, con una finalidad esencialmente económica: obtener recursos mediante el botín o los tributos, afianzar el monopolio real de los productos que debían importarse, asegurar el control de las rutas mercantiles hasta Siria y Anatolia, y proteger a los mercade’res mesopotámicos. En sus expediciones llegó a Tuttul, en el Éufrates medio, y continuó hasta el «País superior» (los textos nombran a Man y Ebla), el bosque de los Cedros (Líbano) y la montaña de la Plata (Tauro). También hizo acto de presencia en Elam. Todo ello amplió notablemente su esfera comercial y fomentó una prosperidad que, en el futuro, estimularía la llegada a Mesopotamia de nuevas oleadas semitas.

Durante este período, Sumer y Acad estuvieron bajo una misma administración. La base del Estado eran las zonas de predominio acadio, mientras que provincias como Sumer o Elam conservaron sus instituciones, aunque los ensis pasaron a ser meros administradores sin poder político, sometidos a la fiscalización de los representantes reales acadios y sus guarniciones. El Imperio Acadio se basó en una monarquía fuerte y unitaria, que impuso sus criterios p6r encima de los particularismos sumerios. Sargón adoptó el título de «rey de las cuatro regiones’> para simbolizar su dominio universal. Otro concepto nuevo que surgió en este momento —la divinización del soberano— contribuyó a fortalecer el imperio, lo que supuso una importante herencia para el futuro. Sargón se consideraba protegido por los dioses sumerios. En este período se consolidó la separación del poder real (palacio) y religioso (templo), surgiendo una nueva aristocracia de funcionarios y oficiales del ejército, que reemplazó a la antigua nobleza sumeria.
En el terreno económico cabe resaltar la desaparición de la organización sumeria basada en el templo y la formación de un gran patrimonio real, necesario para sostener la administración, el ejército y los programas de construcciones (palacio y muelles de Agadé). El desarrollo mercantil aumentó las posibilidades económicas de nuevos sectores sociales. En el campo cultural, se promocionó el acadio a la categoría de lengua oficial, adaptándola a la escritura sumeria, aunque el sumerio se mantuvo como lengua culta. El arte acadio ha dejado algunas singulares muestras.

Durante el reinado de Rimush (2278-2270 a.C.) hubo una revuelta general en Sumer, en el curso de la chal Ur fue abatida. Otras fuentes hablan de una victoriosa y productiva expedición a Elam, que volvió a pagar tributo. Con Manishtusu se reprodujeron las sublevaciones internas y la intervención en Elam, cuyo control se buscaba afanosamente para mantener la ruta comercial hacia el valle del Indo. Más glorioso para Acad fue el largo gobierno de Naram-Sin (2254-2218 a.C.), quien mantuvo la tradición imperial titulándose «rey de las cuatro regiones» (Sumer-Acad, Subartu —futura Asiria—, Amurru y Elam), y acentuó la divinización del soberano (dios de Acad», «poderoso dios»). Para hacer frente a las fuerzas que disgregaban el Estado (coalición sumeria dirigida por Kish) se vio obligado a practicar una política dinámica, de expansión territorial. Así, en el oeste, emprendió una expedición que le llevó a Man, Aman u, Ebla y Anatolia, y en el este realizó campañas contra los pueblos montañeses de los Zagros (guti, lulubi), cada vez más amenazadores, e intervino en Elam para reprimir las rebeliones de algunos príncipes vasallos. De Susa procede la famosa «Estela de Naram-Sin». Finalmente, durante el reinado de Sharkalisharri, el Estado acadio entró en plena crisis, acosado por las infiltraciones amontas, las rebeliones (Uruk, Elam), y, principalmente, la invasión de los guti.

Esta horda de bárbaros pastores montañeses liquidó el Imperio Acadio, imponiendo un período de anarquía en el país. Parece ser que sólo ocuparon el norte semita con algunas guarniciones, manteniendo una relativa soberanía sobre las ciudades sumerias del sur, que, en parte, recuperaron la autonomía. Su afán era la rapiña y el botín, por lo que causaron gran destrucción y no aportaron prácticamente nada propio, aunque sí recibieron influencias culturales acadias.

La única ciudad sumeria de la que se tiene alguna noticia en estos años es Lagash. Sus dirigentes, de nuevo llamados ensis, formaron la II dinastía, que dominó en varias ciudades de Sumer. Su soberano más conocido fue Cudea, que erigió varios templos (lo que conmemoran algunas estatuas suyas con inscripciones) y se preocupó de las reformas sociales. Lagash no parece haber realizado entonces empresas exteriores de conquista, pero sí procuró controlar en su provecho las relaciones mercantiles que antes había tenido el Estado acadio, seguramente contando con la aquiescencia de’ los guti (se ha pensado que sus ensis eran guti, a lo que podría apuntar el nombre de Cudea). Ello dio prosperidad a la ciudad, cosa que prueban los trabajos de utilidad pública (canales, diques) emprendidos por los ensís Urbaba y Gudea. Fue aquélla también una época de restablecimiento de la vieja cultura sumeria, aunque matizada por las herencias acadias.

Lagash decayó después de Gudea, pero la recuperación política de Sumer fue continuada por Uruk, que volvió a su pasada supremacía de la mano de Utukhegal (2123-2113 a.C.). Se desconoce hasta dónde dominó en el norte, pero en el sur su hegemonía fue total, tomando el título de «rey de las cuatro partes del mundo», lo que le convertía en el primer imperialista sumerio. Fue este rey quien consiguió expulsar definitivamente a los guti en una guerra de liberación que alcanzó en la tradición literaria tonos épicos. Se ha conservado el relato que Utukhegal hizo de su victoria, para la que había sido protegido por Enlil e Inanna, lo que no impidió que fuera destronado por Urnammu, a quien había colocado en Ur corno gobernador.

El descubrimiento de Ebla, ubicada en Teli Mardikh, cerca de Alepo (Siria), constituye uno de los más importantes hallazgos arqueológicos del siglo XX, obra de una misión italiana dirigida por P. Matthiae. Esta ciudad, citada en documentos sumerios y babilonios, fue centro de una gran civilización que brilló en el III milenio. Se identificó al hallarse una estatua del rey Ebla lbbit-Lim con una dedicatoria en acadio a la diosa lshtar. Las excavaciones han sacado a la luz una ciudad con cuatro palacios, templos ricamente decorados, almacenes y, especialmente, un riquísimo archivo con más de 15.000 tablillas, redactadas tanto en sumerio como en una lengua hasta ahora desconocida, el eblaíta o paleocananeo, del grupo semítico noroccidental, y escrita en caracteres cúneiformes. Las tablillas recogen textos económicos y administrativos, cartas, tratados internacionales, obras literarias, textos científicos, léxicos.

Todo ello ha permitido conocer cómo los reyes eblaítas, entre 2550-2400 a.C., llevaron a cabo una activa política exterior con propósitos comerciales, extendiendo su esfera d intereses hasta Mesopotamia, Anatolia, Siria y Egipto, estableciendo alianzas y vasallajes, y controlando las rutas caravaneras. Llegaron a dominar Man y compitieron con el Imperio Acadio, provocando una dura respuesta de Naram-Sin, responsable quizás del incendio y destrucción de Ebla hacia el 2250 a.C., lo que mermó su poder político. Las tablillas también permiten conocer otras instituciones eblaítas (Consejo de Ancianos), el funcionamiento de la densa burocracia, las actividades culturales y artísticas del palacio, sede de una escuela de formación de escribas (que aprendían sumerio y eblaíta), a través de la cual se transmitió un rico patrimonio mitológico, literario y religioso.

Ur fue la verdadera beneficiaria de la expulsión de los guti, dando a Mesopotamia un período de estabilidad, en el que sus reyes, bien aceptados, se sucedieron sin problemas. Urnammu (2112-2095 a.C.) se tituló «rey de Sumer y Acad», realzando así su dominio sobre una población mixta. Buscó asegurar su legitimidad acentuando su relación con Uruk, patria del héroe Gilgamesh (protagonista de un famoso poema épico), a la que convirtió en residencia real. Los textos aluden a la recuperación del comercio con el golfo Pérsico tras una posible victoria sobre Lagash, que lo había detentado antes. Inscripciones de este soberano aparecen en muchas ciudades sumerias. Se ocupó de organizar administrativamente el país, lo que se refleja en dos documentos: el Código de Urnammu y el Texto catastral. Se restauraron canales y vías de comunicación, todo ello asolado desde la etapa guti, y se emprendió una gran actividad constructora (palacio de Ur, zigurats de Ur y Uruk), que ha quedado bien documentada («inscripciones de fundación», figurillas del rey aportando materiales).

El sucesor de Urnammu, Shulgi (2094-2047 a.C.), con un largo reinado, mantuvo firmemente el control del Estado y fue divinizado. Adoptó, de nuevo, el título de «rey de las cuatro partes del Mundo», reorganizó el ejército y reformó el sistema de pesas y medidas. Llevó a cabo una activa política militar contra los vecinos septentrionales (área del Kurdistán), a fin de asegurar las rutas comerciales y prevenir posibles invasiones (migraciones hurritas). Es probable que controlara Asiria. En el reinado de Shusin, algunos ensis se rebelaron, dejándose sentir también la amenaza de los nómadas semitas, que se fueron gradualmente infiltrando de nuevo. Se dispone ahora de las primeras noticias de deportaciones de pueblos, un recurso que luego utilizarían en gran escala los asirios. Con lbbisin se reprodujeron las tendencias particularistas sumerias, así como la tensión exterior en Elam y en la frontera oeste, sometida a los ataques amontas, que interrumpían el comercio, asolaban las cosechas y causaban hambres.

Durante la III dinastía de Ur hay una clara tendencia absolutista y centralizadora. El monarca es elevado al rango de «dios protector del país» y se le da culto. Actúa como juez supremo, dirige toda la administración, decide sobre la paz y la guerra, y su cargo es hereditario. La organización del Estado aúna la tradición sumeria de los «templos-Estado» y la experiencia imperial acadia, y se muestra más coherente que en tiempos anteriores: dominios reales (Sumer-Acad), marcas fronterizas (montes Zagros, cuencas medias de los ríos Tigris y Eufrates), territorios de administración indirecta (norte de Mesopotamia, Elam, Man), gobernados por príncipes vasallos. El Texto catastral de Urnammu describe con precisión las distintas unidades administrativas y las fronteras de acuerdo con los límites geográficos (ríos, canales). Los centros de poder radicaron en Ur, Uruk y Nippur (sede del prestigioso santuario de Enlil). Templo y palacio continuaron su separación, con diferentes estructuras económicas. Los ensis se convirtieron en simples representantes nombrados por el rey, al frente de un distrito, con amplios poderes civiles y judiciales, pero no políticos, sometidos a la fiscalización de los inspectores reales (sukkal). Las provincias periféricas estaban bajo el mando de gobernadores militares (shagin). La cúspide de toda esta centralizada estructura administrativa estaba constituida por una oligarquía de funcionarios. Hubo un servicio de correos y se desarrolló el sistema impositivo.

En este período, la fusión entre sumerios y acadios se consumó. Ambos se opusieron a un nuevo elemento semita infiltrado progresivamente —los nómadas martu o amorreos—, contra quienes tuvieron que luchar los últimos reyes de la dinastía. Sobre la economía la información es desigual. El Estado era el gran propietario de tierras y de él dependía un porcentaje muy alto de la población, en la que se distinguían hombres libres acomodados, semilibres (campesinos) y esclavos (estos últimos, con ciertos derechos si eran del país). Los templos siguieron detentando importantes propiedades, y hay documentos de alquiler de sus tierras a particulares a cambio de una renta. No proliferaba todavía la propiedad privada. Parecen prosperar en este tiempo la agricultura y la industria metalúrgica, así como la de lanas y curtidos. El archivo de Puzrishdagan, dominio real de Shulgi cerca de Nippur, presenta documentos de control sobre una gran cabaña destinada a los sacrificios. La monarquía,unificada aseguró las comunicaciones en el valle del Eufrates, lo que repercutió favorablemente en el comercio.

Entre las aportaciones culturales cabe destacar el Código de Urnammu, quien —en el prólogo— manifiesta su intención de «instaurar un orden justo en el país». Es un simple eslabón dentro de una tradición jurídica prolongada en códigos posteriores. Hay medidas en favor de huérfanos, viudas y pobres; se trata de la ordalía fluvial para resolver falsas acusaciones de brujería y de las lesiones corporales. El régimen penal no se basa en la ley del talión, sino en el arreglo legal. Otros documentos de la época son registros (ventas, donaciones, préstamos) y actas procesales. En la literatura, Urnammu tuvo un gran eco, y en el arte predominaron los temas religiosos. Los ensis aparecen en los sellos rindiendo homenaje al monarca divinizado. 


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